Aunque se quiera no es posible ocultar que en México se viven tiempos de encono y permanente disputa en las esferas del poder respecto de una parte de la sociedad civil que no coincide con los postulados gubernamentales. Tampoco podría negarse la zozobra ocasionada en el contexto social a causa del incuestionable avance de grupos delincuenciales imponiéndose al gobierno en algunas regiones del país, y que de igual manera los hechos de violencia son indiscriminados porque afectan a todos los sectores de la población, incluido el gremio periodístico cuya más reciente afrenta ha sido el atentado contra Ciro Gómez Leyva, a quien el blindaje de su vehículo salvó la vida. Por otro lado, el sector productivo y comercial que dinamiza la economía es víctima de la extorsión, el robo y el asalto, en donde, aunque la autoridad informa de índices en descenso la realidad avisa todo lo contrario. Agrava la percepción el preocupante clímax originado por la agresión directa a las fuerzas armadas, dos en muy corto tiempo, el asesinato de un general y presuntamente de un coronel comisionados a la lucha contra el crimen organizado. Esos acontecimientos inducen a un sentimiento de indefensión entre los mexicanos al observar cómo se afrenta y vulnera el sólido valladar de las fuerzas armadas, pues de su consistencia depende en mucho el resultado final de esa cruenta lucha del Estado Mexicano contra la delincuencia. Pero las preocupaciones no se reducen a ese grave entorno, porque el gobierno federal parece empeñado en abrir a la vez varios frentes de combate, de cuyo desenlace se ignoran las consecuencias. Así se observa, porque en el escenario internacional ya trae pleito casado con el gobierno de Perú, y, pese a que Marcelo Ebrard, Secretario de Relaciones, había declarado el fin del impasse en las relaciones con España, el propio presidente se encargó de ratificar su intención de mantenerlas en pausa. No para allí la metralla hacia el exterior, porque ahora nuestro presidente se empeña en quitarle el cascabel al gato, pues es bastante ácida su crítica a la visita de la embajadora de EEUU, Lisa Kenna, a la presidenta de Perú y embiste fuertemente: “Nada más voy a decirles que el presidente Lincoln nunca reconoció a Maximiliano; el presidente Wilson nunca reconoció a Huerta. Y hasta ahí la dejamos”. Preocupante, porque como argumento para distraer del complicado entorno nacional, es echarse un trompo a la uña muy pesado, y de cualquier manera la situación interna no sigue pintando bien.