domingo, diciembre 22, 2024

Ejemplaridades

Agencias/Sociedad 3.0

El cinismo confía en que la indignación se apaga pronto. Sabe que el escándalo levanta reclamo, pero éste suele ser breve. El cínico hace sus cálculos. En el momento en que aparezca el siguiente evento indignante, se disolverá la rabia por la aberración anterior. Es cosa de aguantar unos minutos y esperar que la ola pase. La desmemoria es cómplice del descaro. No podemos dejar de hablar del escándalo en el máximo tribunal del país. Aún ocupa un asiento en la Suprema Corte de Justicia, una mujer que, de acuerdo a todas las evidencias conocidas, compró un texto y lo hizo pasar por suyo para obtener su licenciatura. No se colaron en su tesis profesional unas cuantas oraciones sin las comillas del respeto elemental. No olvidó citar la fuente de alguno de sus párrafos. Lo que hizo constituye el extremo de la deshonestidad intelectual, la más grave, la más grosera transgresión académica. Transcribió un texto previamente escrito y le puso su nombre. De acuerdo a lo que hemos podido conocer gracias a Guillermo Sheridan, la estudiante Yasmín Esquivel terminó la carrera de leyes burlándose de la ley y de la universidad. Graduada a través de fraude ejerce hoy la más delicada función en la República: cuidar la integridad del régimen constitucional. Hay que subrayarlo: a través de ella, el Estado pronuncia su última palabra. Por eso su permanencia en el tribunal supremo de nuestro país es simplemente inaceptable. Su intervención mancha cualquier deliberación de ese tribunal

Si en algún espacio de la vida pública se requiere ejemplaridad es ahí, en el lugar donde ha de revelarse la Constitución. El filósofo español Javier Gomá ha dedicado ensayos notables a examinar esa característica indispensable de la moral pública. En todo ciudadano, sostiene, hay un deber de conducta que va más allá de lo estrictamente legal. Lo condensa en un imperativo: “Que tu ejemplo produzca en los demás una influencia civilizadora”. Se trata del principio que sostiene la confianza. El deber corresponde a todos, pero, sobre todo, a quienes ocupan posiciones de representación política, de quienes ejercen poder, quienes tienen la encomienda de mantenerse por encima de las parcialidades. La política, dice, es “el arte de ejemplificar”.

Un tribunal constitucional es la bóveda del edificio democrático. Si se confía en él es porque representa una autoridad, una instancia, tal vez remota, pero confiable por encarnar no solamente capacidad técnica, sino también probidad. Las funciones de un juez constitucional, su notoriedad pública exigen ejemplaridad. ¿Cuál es el ejemplo que se muestra cuando una magistrada es exhibida en la trampa y nada sucede? Quienes ejercen el poder público no solamente imponen una voluntad a través de un decreto o de una sentencia, también moldean costumbres a través de la visibilidad de su actuación. No es solamente lo que resuelven, es quiénes son, cómo se comportan, cuál es su madera ética. Se gobierna también esculpiendo hábitos, dice Gomá. Y es por eso que, en los titulares de los poderes públicos, hay una responsabilidad más marcada que la del resto de los ciudadanos. Son, quiéranlo o no, ejemplo.

Yasmín Esquivel es ejemplo de la trampa que no encuentra castigo. Es ejemplo del tramposo que no asume responsabilidad. Es ejemplo de quien no admite su trampa, lanzándose de inmediato a disfrazarse de víctima. Es modelo de una ambición que se coloca por encima del decoro. La mancha que le ha quedado tatuada habría sido razón suficiente para apartarse de la Suprema Corte de Justicia, si es que le importara el prestigio de esa institución de la República. Pero ella decidió votar por sí misma para presidir la Corte.

Si de ejemplaridad hablamos debemos reconocer el valor, la inteligencia, la gracia y la acidez de un ciudadano que no está dispuesto a aceptar la degradación y que se burla, como nadie, del gran demagogo y sus aduladores. La crítica más devastadora al régimen naciente no ha venido de un economista o de un politólogo, sino de Guillermo Sheridan, el más más atento lector de nuestra tradición poética, el más fino de nuestros críticos literarios. Sheridan ha sido el crítico más certero y demoledor porque sabe escuchar y porque sabe reír. Porque entiende que lo más ostentoso del lopezobradorismo es su carácter ridículo. Yo le doy las gracias.

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