viernes, noviembre 22, 2024

Los otros derechos humanos

Pensándolo Bien

Desató una lluvia de críticas entre comentaristas y columnistas de prensa, radio y televisión el otorgamiento de la Orden Mexicana del Águila Azteca al presidente cubano Miguel Díaz-Canel, por parte de Andrés Manuel López Obrador. Se trata de la máxima condecoración con la que distingue el gobierno mexicano a un ciudadano extranjero en reconocimiento a sus servicios en favor de la humanidad y/o de nuestro país.

Los críticos se indignaron por el carácter simbólico e ideológico que representa premiar al responsable de un gobierno que reprime a la disidencia y las libertades públicas. Sin embargo, en este caso me parece que existe un sesgo ideológico y ganas de llevar agua al molino anti obradorista. Si en aras de la ética y la democracia se va a condenar al gobierno de la isla por coartar libertades, tendríamos también que dar cuenta del terrible contexto que genera un bloqueo que condena al pueblo cubano al desabasto y al hambre. Si debemos hablar de derechos civiles, tendríamos que abordar también los derechos humanos de once millones de habitantes. No se trata de justificar actos autoritarios de un gobierno, pero sí de ofrecer una perspectiva más amplia de un tema complejo, más allá del pretexto para criticar a un adversario político o ideológico enfundados en un supuesto deber moral.

Hace años el gobierno de Estados Unidos decidió utilizar como rehenes a hombres, mujeres y a sus hijos en un intento de hacerles la vida imposible para inducirlos a derrocar el régimen castrista. Una lógica moral y política insostenible para cualquiera que se preocupe por los derechos humanos. Hoy en día no existen argumentos que pudieran justificar tal agresión: por donde se le mire, Cuba no es una amenaza militar para los estadounidenses ni sostiene políticas encaminadas a dañar la vida de su poderoso vecino. La crisis de los misiles sucedió hace 60 años, cuando la mayoría de los cubanos de hoy en día no habían nacido; el apoyo del régimen a movimientos guerrilleros en países latinoamericanos, a veces real a veces ficticio, data de hace 50 años. Es decir, las razones que en teoría los halcones de Washington podrían esgrimir para asfixiar a la población pertenecen a un mundo bipolar que ya no existe.

No justifico la violación de derechos humanos contra los disidentes o la hostilidad hacia el pensamiento crítico; pero no podemos juzgar tales violaciones como si no existiera un marco aún más represivo en contra del pueblo cubano porque no hay peor prohibición a la libertad que impedir el derecho a la salud, la alimentación y los satisfactores básicos mínimos. Entre otras medidas el bloqueo intenta quebrar los ingresos turísticos, reducir al mínimo o cancelar las remesas de cubanos desde Estados Unidos a sus familiares, dejar sin petróleo a la Isla (que no lo produce), restringir exportación de maquinaria moderna y eliminar transferencia de tecnología para condenar al atraso y romper las cadenas productivas. Al ser reclasificada por Donald Trump como un Estado Patrocinador del Terrorismo, sin justificación actual alguna, las agencias de seguridad estadounidenses y las que establecen políticas comerciales pueden operar con laxitudes y excesos que rayan en lo ilegal.

La línea de razonamiento es tan cínica como despiadada: quebrar la economía y condenar así a la miseria a la población para que esta se inconforme y derroque al régimen. El daño y el sufrimiento a millones de personas a lo largo de décadas no importan. La población carece de gasolina, papel de baño, pasta de dientes, jabón, carne de res, queso y una lista interminable. Lo único que nunca falta es tabaco y ron, dada la naturaleza de la isla. A ratos un escenario distópico, más propio de ciencia ficción, producido artificialmente por un diseño maquinado en el todopoderoso vecino.

La posibilidad de construir una sociedad democrática en estas condiciones es peregrina, por desgracia. Se puede y deben cuestionar los excesos que llevan a limitar el derecho a la libertad de disentir y criticar sin restricciones la situación en que se vive; pero es imposible ignorar que esa situación en la que se vive resulta en gran medida del asedio al que la población es sometida por decisión de una potencia extranjera. El gobierno cubano entiende que la intención de Washington es generar descontento y disidentes, y considera que esos disidentes terminan siendo cómplices de la estrategia del verdugo. Una lógica que cuestionable como es, constituye a su vez un fruto de la vejación externa inadmisible de la que son objeto.

Criticar a López Obrador por ofrecer una presea sin condenar al régimen por sus violaciones a los derechos humanos, no es muy distinto que condenar a las autoridades cubanas sin tomar en cuenta las violaciones a las que una potencia extranjera somete al pueblo cubano. No se trata de pretender que no existen comportamientos autoritarios, pero no pueden condenarse unilateralmente sin al menos dar cuenta del contexto abyecto del que surgen. Particularmente si esa crítica se hace con la casaca de la causa democrática y los derechos humanos.

Por lo demás, son varias las razones del presidente para otorgar la presea a Díaz-Canel. La más obvia es que constituye un reconocimiento al apoyo de su país en materia de médicos y vacunas frente a la pandemia y la crisis consecuente. Es también un gesto humanitario y ético para actualizar y justificar la denuncia de la injusticia descrita arriba. Constituye, además, un gesto amigable que permitirá una posición más cómoda para negociar el cada vez más preocupante tema de la creciente emigración cubana a través de nuestro territorio. En materia de opinión pública es un acto que favorece al presidente, más allá del disgusto de los sectores conservadores: la solidaridad latinoamericana y la crítica a los excesos estadounidenses es una bandera apreciada por muchos mexicanos.

Y luego está la geopolítica. El gobierno mexicano, el actual y los anteriores, han jugado la carta cubana como parte de una estrategia más amplia en sus relaciones con Estados Unidos. Un permanente recordatorio a Washington de que, pese a la interrelación, el Tratado Comercial y, para decirlo rápido, nuestra dependencia, no somos un mero peón de sus intereses políticos internacionales o regionales. El contrapelo que ofrece la causa cubana es una tecla que conviene pulsar de vez en vez para generar pequeños espacios de maniobra con un vecino con el que tenemos relaciones tan desiguales. En suma, una condecoración que necesita una mirada panorámica, de águila, y no solo el de la mirilla de la crítica anti lopezobradorista.

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