El 21 de marzo se conmemora el natalicio de Benito Juárez, cuyo papel en la formación y consolidación del Estado mexicano es innegable. La bio-bibliografía sobre su persona y, por supuesto, sobre su condición de personaje, es casi interminable. Hoy mismo están pronunciándose centenas de discursos políticos, o de orden oficial, así como de carácter institucional, conmemorativo, mesas redondas, paneles —como este, en el que nos encontramos— editoriales y notas periodísticas. Con absoluta certeza podemos afirmar que nunca se ha escrito tanto de la vida, obra y legado de una persona, como la de Juárez. En uno de los textos más recientes sobre el periodo que lo tocó vivir a don Benito, Paco Ignacio Taibo II cita más de veinticinco autores de los siglos XIX, XX y del que corre, para escribir un entre texto de narrativa singular en cinco cuartillas. ¿Cómo referirse a Benito Juárez en una exposición individual de 15-20 minutos, o en un panel o mesa por 90 o 100 minutos? ¿Qué método aplicar? ¿Carlyleano? ¿Histórico-sociológico? ¿Politológico? ¿Bibliográfico? Tal vez todo esfuerzo por compactar líneas en torno a la figura de Juárez requiera de un poco de todo.
Antecedido por un tortuoso y largo proceso de gestación iniciado en 1808-10, como lo apunta Reyes Heroles en su estudio sobre el liberalismo mexicano, el papel de Juárez fue central y decisivo para producir el alumbramiento de un Estado nacional, que tomó consciencia de sí mismo en sentido colectivo existencial y también conciencia ético reflexiva de su propia naturaleza política. A diferencia de los primeros liberales mexicanos, que vivieron la revolución de independencia y la instauración del constitucionalismo en una nación extensa, poco poblada y con enormes asimetrías sociales; don Benito perteneció a la segunda generación de liberales para quienes el pasado novohispano y el proceso independentista eran historia, en tanto que los ideales de las revoluciones americana y, sobre todo, de la francesa, conformaban una herencia cultural y política en pro de los derechos constitucionales de igualdad, libertad y respeto a la vida y a la propiedad de todas las personas.
En cambio, la generación de pensadores liberales a los que Juárez perteneció vivió dolorosamente la separación de Texas en 1835-36, así como la invasión americana de 1846-48, más la pérdida de la mitad del territorio de la Nación colindante con EUA. Las armas de Juárez fueron el ideario de la Revolución de Ayutla, el liberalismo de la Constitución de 1857, las Leyes de Reforma, y la contemporaneidad de una notable camada de pensadores, escritores y militares, a los que, no sin afinidades y no sin diferencias, lideró en el tiempo que ejerció la presidencia entre 1858 y 1872.
No hay duda de que por encima de los avatares vividos, todos ellos tenían muy clara la convicción de que las circunstancias extraordinarias eran una prueba histórica que debían afrontar de manera ideológica y armada. Esas circunstancias fueron la Guerra de Reforma (1858-1861) y la intervención imperial francesa (1862-1867). Los correligionarios de Juárez fueron Ignacio Ramírez, Santos Degollado, Ignacio Manuel Altamirano, Vallarta, De la Fuente, Iglesias, Zamacona y, por supuesto, Guillermo Prieto, Miguel y Sebastián Lerdo de Tejada, y Melchor Ocampo. Don Antonio Caso decía de ellos, que: “Parecían gigantes”. Krauze los llama “hombres soberbiamente independientes”, y añade que Juárez infundió a la silla presidencial la “sacralidad de una monarquía indígena con formas legales, constitucionales y republicanas”.
Nació en 1806 y ningún otro héroe, prócer o personaje de la historia nacional tiene esa semblanza admirable y sorprendente que proviene de su condición étnica, orfandad, marginalidad familiar, esfuerzo personal, educación, carácter y circunstancia histórica, coronando una biografía que ha sido gloriada desde el mismo día de su muerte, la noche del 18 de julio de 1872, hasta nuestros días.
Zapoteco, pastor de ovejas, estudiante de jurisprudencia, abogado litigante, regidor, diputado local, diputado federal, servidor público, Fiscal del Tribunal Superior de Justicia de Oaxaca, cogobernante de su Estado (en el triunvirato interino de 1846), gobernador, ministro, Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, preso político y Presidente de la República. Tremenda biografía.
Sería en su último discurso como Gobernador del Estado de Oaxaca, en 1852, en la apertura del primer período de sesiones ordinarias de la X Legislatura del Estado, que sentenciaría: “Bajo el sistema federativo los funcionarios públicos no pueden disponer de las rentas sin responsabilidad; no pueden gobernar a impulsos de una voluntad caprichosa, sino con sujeción a las leyes; no pueden improvisar fortunas ni entregarse al ocio y a la disipación, sino consagrarse asiduamente al trabajo, resignándose a vivir en la honrosa medianía que proporciona la retribución que la ley haya señalado”; oración, esta última, que reiteradamente es invocada en alusión a lo que consideraba la responsabilidad en el trabajo público.
Juárez vivió sus ideas a cabalidad: liberal, laico, estoico en su convicción por la ley, serio en el ejercicio del poder y adusto en su persona. Buscó y asumió la presidencia de la república por la vía constitucional y la muerte impidió verificar las posibilidades reales de continuidad de su mandato, como algunos han especulado fundándose en deducciones de difícil confirmación. Fuentes Aguirre afirma que el mayor acierto de ese “hombre indomable” fue mantener la Presidencia durante la invasión francesa, y resguardar los documentos históricos fundentes del Estado mexicano. De Benito Juárez puede decirse la más humana valoración que de todo hombre y toda mujer de esfuerzos y convicciones probadas en el curso de sus vidas podría expresarse: a las personas hay que valorarlas, apreciarlas y medirlas por el saldo positivo de vida que resulta de la suma e importancia de sus aciertos. Nunca se equivoca, el que nunca hace nada, y Juárez hizo mucho, frente a cualquier desacierto que quisiera imputársele.
Sea en las versiones de los políticos, historiadores y periodistas de su tiempo, o en las de nuestros contemporáneos; unos y otros reconocen, con pasión o sin ella, el legado político y la obra jurídica de Benito Juárez, así como su indiscutible lugar en la historia nacional. En buena lid, tomo prestada de la prosa de don Andrés Henestrosa, la expresión que dedicara a otro prócer de la patria, indudablemente oportuna, para decir que si en Benito Juárez “…vale más el hombre que el nombre… [también]… el nombre vale tanto como el hombre y a ratos más vale el nombre… [porque]… más dura el nombre que el hombre”.