lunes, noviembre 4, 2024

La UNAM en los inicios del siglo XXI

El rectorado del médico José Narro representó la ratificación de una nueva etapa universitaria en la que se recuperaba la estabilidad institucional y en la que volvían a darse las condiciones para que un rector ejerciera su labor durante dos periodos, esta vez 2007-11 y 2011-15. En esa tarea, cimentada durante la gestión precedente, el nuevo rector había participado de una manera muy intensa. Si bien el ciclo largo de los rectores Narro y De la Fuente ofrecía rasgos de continuidad, ambos rectorados manifestaban claras especificidades. Sirva de muestra, el compromiso diferenciado que asumieron, cada una de esas personalidades, ante alternativas políticas contrapuestas.

En 2007 las condiciones políticas de la UNAM mejoraban notablemente las que habían caracterizado la llegada del rector anterior. Al respecto resaltan dos hechos: la propia designación de José Narro, quien había ocupado posiciones centrales durante los rectorados de Rivero, Carpizo y Sarukhán, dando un perfil de continuidad a las élites universitarias. Por otro lado, la presencia de Luis Javier Garrido, quien junto a Rosaura Ruiz y otros reconocidos universitarios, sería nominado como candidato a la rectoría de la UNAM. La propuesta de Garrido –cuyo padre había sido rector de la UNAM a mediados del siglo XX– destacaba pues, además de su trayectoria académica y su papel crítico frente a las políticas de los gobiernos del neoliberalismo, era un reconocido asesor del CGH y constituía la prueba viva de un escenario radicalmente diferente al de ocho años atrás.

La primera gestión de Narro, en el marco de la presidencia de Felipe Calderón –quien había llegado al poder luego de un discutido proceso electoral– se desarrolló con una distancia manifiesta entre la UNAM y el gobierno nacional. En tal sentido, los encuentros del rector Narro con el presidente llegaron a evidenciar ese desapego institucional. Al cierre de la primera década del siglo XXI, la falta de oficio del grupo gobernante, así como el imparable ascenso de la violencia ejercida por el narcotráfico, definían los límites del grupo político que seguía capitalizando la fuerza de la alternancia electoral inaugurada por Fox. En ese escenario, el rector universitario expresaría diversas propuestas y críticas respecto a la problemática nacional. Durante el periodo aquí referido se refrendó una perspectiva discursiva en favor de la universidad pública, nacional, autónoma y comprometida con la justicia social. Tales expresiones contrastaban con la exaltación del mercado, la libre competencia y la privatización enarboladas por el gobierno panista.

En términos institucionales la Universidad Nacional ofreció nuevos espacios para el estudiantado incrementando el cupo en la educación presencial, en la educación a distancia y creando nuevas carreras, así como nuevas sedes profesionales en las ciudades de León y Morelia. En términos del gobierno universitario se fortaleció la colegialidad, incrementando la base de representación de estudiantes, trabajadores y académicos en el Consejo Universitario. Sin embargo, al cumplirse el centenario de la Universidad Nacional la institución enfrentaba nuevos problemas relacionados con el clima de violencia que caracterizaba al país y que alcanzarían momentos críticos en acciones de grupos delincuenciales dentro de los campus universitarios.

La segunda parte de la gestión del rector Narro (2011-15) estaría enmarcada por el regreso del PRI al poder y el mediático ascenso de Enrique Peña Nieto. Este hecho representaría para la UNAM una condición paradójica, pues suponía una vuelta del apoyo gubernamental a la institución. Sin embargo, también se advertía un riesgo en términos de la distancia entre el poder oficial y la institución. Ello representaba un gran reto para el rector quien sería instado a cuestionar con mayor fuerza las decisiones del nuevo gobierno. Ese fue el caso de la dramática desaparición de los estudiantes de Ayotzinapa en el estado de Guerrero (septiembre de 2014) en que las expresiones de Narro serían especialmente observadas.

Durante los años que aquí se refieren, la comunidad universitaria expresaría su compromiso con otras propuestas democratizantes y de resistencia ante el poder. Baste recordar la presencia estudiantil de la Universidad Nacional ante el movimiento #YoSoy132, iniciado en la Universidad Iberoamericana, así como el indeclinable respaldo de académicos hacia el movimiento magisterial contra la reforma educativa oficial, promovido por la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación. Vale la pena traer a la memoria las palabras del ex rector González Casanova en el foro nacional de la CNTE el 9 de agosto de 2016: “Para nosotros la solidaridad no es una palabra sin consecuencia. Quiero decir primero, que estoy aquí para manifestarles una vez más mi solidaridad con su lucha” (https://lajornadasanluis.com.mx/nacional/discurso-integro-gonzalez-casanova-foro-la-cnte/).

Igual que en otros momentos claves, se expresaba la pluralidad de la Universidad Nacional y la multiplicidad de voces que se debían a ella. La de don Pablo era, y sigue siendo, una voz que refrendaba el profundo carácter social de la institución.

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