Para quien observe con detenimiento el acontecer político de cualquier país, particularmente el nuestro, no tendrá ninguna dificultad para deducir la inexorable vinculación que prevalece entre políticos y los medios de comunicación, existe una clara simbiosis entre ambas actividades, lo que no debiera asombrar si asumimos que el denominador común en esa relación es la sociedad, ni duda cabe. Se repite como un cartabón que las revoluciones las llevan a cabo las clases medias, es decir, en su ámbito se engendran o conciben las fórmulas para el cambio, tampoco para sorprenderse si nos atenemos al hecho de que en el seno de la clase media figuran los intelectuales, o sea, quienes al igual que los comunicadores expresan su pensamiento y lo trasladan al contexto social. De allí la dedicación de los gobiernos para llevar la fiesta en paz a través de una relación sino tersa evitando confrontarse con esos sectores de la sociedad. No que el sector público y los políticos guarden una situación supeditada sino porque es en ese sector de donde surgen la información y opiniones que quedarán insertas en el momento histórico de su acontecer ye influyen considerablemente en la opinión pública. ¿Quién escribe la historia? ¿A qué sector social corresponde diseñar la narrativa del momento en que se vive? ¿Puede la mente colectiva resistir el impacto de mensajes con determinada tendencia? ¿Por cuánto tiempo la memoria colectiva es capaz de almacenar la información sobre los acontecimientos de su tiempo? No por nada la hemeroteca se convierte en recinto sagrado de esa memoria; nadie puede negar el valioso contenido del libro, ya en novela, ya en ensayo relatando el acontecer de su tiempo. En concreto, aquí en Veracruz podemos recordar cuando un gobernador con solo dos años en su encargo ganó la admiración de no pocos comunicadores que en su apología lo nominaron como “el mejor gobernador de Veracruz” (¿!) Debemos confesar nuestro asombro porque en realidad la huella (los resultados) de aquel personaje no alcanzaban para la categoría que le asignaban, sin embargo aquella narrativa fue replicada por algunos años más, mientras ese actor político ocupaba importante cargo en el gabinete del gobierno federal. El tiempo y la investigación han disipado aquella percepción desprovista de base real; no obstante, sigue como muestra fehaciente de lo que puede ser capaz una intención deliberada de los medios de comunicación para establecer en el imaginario colectivo el imperio de una idea o de un propósito. En materia de nuestros héroes patrios, vale la interrogante: ¿la figura de Juárez alcanzaría la categoría de héroe epónimo si Porfirio Díaz en vez de elevarlo al santoral mexicano lo hubiera ignorado o derivada a otra narrativa enalteciendo, por ejemplo, a Sebastián Lerdo de Tejada? Más cercano a nosotros ¿cuál será el destino de la narrativa sobre el presidente López Obrador, en caso de que su sucesor, o sucesora, decidan asumir la autoridad que les corresponde y relegan a su sucesor a la larga e impersonal lista de antecesores? Todavía más, en virtud de que la vida activa de los políticos es mucho más perecedera que la de los medios de comunicación y el producto intelectual ¿cómo abordarán la narrativa relativa a quién mientras ejerció el poder los mantuvo sometidos bajo el influjo del poder político? No es fenómeno nuevo, sino producto de la simbiosis social y política.