Gustavo Ávila Maldonado abandonó esta dimensión el miércoles pasado, ya no es tangible su existencia, y sin embargo en su columna intitulada “Ruizcortinadas” aún perdura su impronta – ojala por mucho tiempo más- impresa con suave prosa en cuyo seno trasladaba sus experiencias de vida con sincera y hasta ingenua transparencia, o bien narraba sucesos del anecdotario político nacional, en ocasiones, hay que decirlo, más producto de su fértil imaginación que acunados en la realidad. Haya sido como haya sido, sus comentarios levantaban opinión y contribuían al sano entretenimiento. En nuestra cultura, cuando alguien abandona su cuerpo de peregrino es frecuente escuchar la expresión: “ya murió ¡pobrecito!” que no por irreflexiva conlleva cierta dosis de tristeza, aunque nadie sabe si quien se va para siempre encuentra mejores condiciones de las que “gozaba” en vida. Pero ese es el fatal camino de todo ser viviente, es el tren de las estaciones sin destino, porque es difícil suponer que alguien podría llegar hasta la última estación.
Pero el mundo sigue su marcha inexorable, y en el incesante acontecer social, político y económico está la fuente inagotable de sucesos, ahora mismo la veta es rica en acontecimientos: la incontenible ola de violencia, las incidencias en los procesos de selección de candidatos presidenciales en los Frentes de la contienda, la mesa de controversia México-EEUU., para discutir el asunto del maíz amarillo, la amnesia presidencial en el caso de los cinco jóvenes victimados en Jalisco, la “rebeldía” de Ebrard en protesta por percibir piso disparejo en la contienda interna de su partido. En la aldea veracruzana, sale uno y entra otro político de la cárcel: Rogelio Franco, perredista, tras años de cautiverio ya ve la luz del sol en libertad, mientras que Arturo Hervis, también perredista, es de nuevo ingreso en el presidio; los muertos de Poza Rica nos pintan como una entidad en crisis de seguridad pública, y para acabarla, en macabra sinergia se produjeron asesinatos en Orizaba con el indeleble sello de la delincuencia organizada. Sin duda, sería un muy bien nutrido material para que en su aterida soledad los hubiera utilizado Gustavo Ávila en sus muy versátiles ruizcortinadas.
Pero, más allá de la sentida remembranza, permea la lacerante realidad de nuestro entorno nacional y estatal; si el sacerdote Alejandro Solalinde estuviera vigente en su lucha por la defensa del migrante y contra la injusticia, seguramente recordaría aquella frase suya: “Veracruz es un enorme cementerio” y a la vez exigiría de las autoridades una genuina lucha contra los generadores de la violencia, los cuales, según asegura el general Glen VanHerck, Comandante del Comando Norte de los EEUU, son dueños del 35 por ciento del territorio nacional.