Raúl Arias Lovillo
Desde la campaña electoral de 2018 el candidato AMLO, y después durante su periodo presidencial, uno de los elementos más importantes de su discurso público ha sido sostener una supuesta superioridad moral, es decir, presumir que cualquier acción que tome o desarrolle está ampliamente justificada por tener valores morales más altos o por encima de los demás. Esto, poco a poco, se fue generalizando a Morena en su conjunto y más tarde a todos los seguidores del actual gobierno.
En un primer momento había ciertos factores objetivos que “obligaban” a la aceptación de esta supuesta superioridad moral: los altos niveles de corrupción del gobierno de Peña Nieto, el balance sangriento de la guerra contra el narcotráfico, la creciente desigualdad social, etc. Aunque, evidentemente, el referente de superioridad moral podía aplicarse a los seguidores de los pasados gobiernos neoliberales pero no a los millones de ciudadanos que estamos en medio sin preferencias de partido o de responsabilidades con los actos de gobiernos anteriores.
Hoy, con una visión retrospectiva, podemos afirmar que esa superioridad moral no era sino una artimaña discursiva. La realidad que hoy vivimos en México permite observar con objetividad que nunca hubo una superioridad moral. Veamos.
1.- Impulsar la división entre los mexicanos y mantener la polarización social como estrategia de gobierno ha sido completamente inmoral. No se puede gobernar con el principio de “estás conmigo o contra mi”.
2.- Defender tercamente la política de “abrazos, no balazos” nos ha llevado a vivir el sexenio más sangriento de nuestra historia, con el mayor número de homicidios dolosos y desapariciones de personas, con franjas del territorio nacional bajo el control de los cárteles del narcotráfico y ocupando el quinto lugar como empleadores del país. Nada de superioridad moral tiene esta política.
3.- Malgastar recursos públicos en magnas obras, erróneamente planeadas y presupuestadas (AIFA, Dos Bocas y Tren Maya) además de inútiles. Por ejemplo el AIFA ha generado 1,235 millones de pesos de pérdidas desde su inauguración, 2.6 millones de pesos diarios. Totalmente inmoral derrochar el dinero de los contribuyentes.
4.- Olvidar en los hechos que estaban los “pobres primero” resulta un acto inmoral a todas luces. La pobreza extrema se incrementó y los compatriotas sin servicios médicos aumentó en 30 millones, según los datos oficiales.
5.- Mantener la corrupción en el entorno más inmediato de AMLO es una inmoralidad. Desde el mayor fraude sexenal (Sagalmex, el doble de la Estafa Maestra, 15 mil millones de pesos), los contratos de Pemex a la prima, hasta los negocios de los hijos y el alto porcentaje de contratos entregados sin licitación, así lo demuestran.
6.- Otorgar amplio poder a los militares y eximirlos de toda responsabilidad de rendir cuentas por el uso de recursos públicos y en actos como la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa y el espionaje a periodistas y líderes sociales. Una de las mayores inmoralidades jamás imaginada.
7.- Atentar contra la SCJN de manera sistemática y abierta es una afrenta contra los cimientos de nuestra República y un acto inmoral, como lo es mantener a una ministra que plagió completamente su tesis de licenciatura, lo que la hace inmerecedora del título profesional y, consecuentemente, de su lugar en la SCJN.
8.- Desmantelar la infraestructura de investigación científica, tecnológica y humanísticas del país no solo es una política inmortal sino una ceguera al cancelar el desarrollo de nuestro futuro.
9.- El gobierno se convierte en una maquinaria electoral, comprando el voto ciudadano y violentando las leyes electorales para favorecer al partido oficial es un descarado acto inmoral.
10.- La mentira se ha convertido en una cínica estrategia de gobernar, se miente absolutamente en todo, una política inmoral cotidiana.
Este decálogo es apenas una muestra de cómo la supuesta superioridad moral fue siempre una artimaña del discurso del presidente y sus aliados. Pero a estas alturas del sexenio ya existe un hartazgo de la sociedad mexicana de estas prácticas, urge recuperar la ética en la política.