Los términos youtuber, tiktoker, streamer e Instagramers probablemente sean nuevos o completamente desconocidos para personas que rebasan los 40 o 50 años, pero para nuestros hijos son personas que representan las nuevas “celebridades”. Estas figuras simbolizan las generaciones millennial y centennial y representan la nueva profesión de éxito para algunos afortunados.
Estas personalidades digitales, llamdas influencers, son jóvenes con talento comunicativo, gamers, expertos en moda, deportes, viajes. Producen contenido digital de forma masiva para “monetizar” o ganar dinero. Buscan hacer que sus contenidos sean atractivos para obtener una importante cantidad de followers, likes, views, engagement y otras métricas clave para evaluar el desempeño de sus producciones y las conexiones con su audiencia. El estilo de vida que transmiten suele ser glamuroso, colmado de viajes, comida, vinos caros, experiencias extraordinarias y ropa costosa. Esto provoca que los jóvenes vean en la figura del influencer un modelo atractivo de éxito inmediato y riqueza fácil, donde la creatividad y poco esfuerzo parecen suficientes para que cualquiera lo logre.
En México, no existen indicadores estadísticos específicos sobre el número de adolescentes que desean dedicarse a ser influencers. Sin embargo, estudios en otros países han encontrado que entre el 20-30% de este sector poblacional manifiestan interés en el deseo de ganarse la vida a través de las redes sociales mediante una carrera vinculada a los medios digitales o el entretenimiento en internet.
Expertos como la psicóloga y master en pedagogía Belén González Larrea de la Universidad de Salamanca en España, quien en su artículo “Los influencers: líderes de las nuevas relaciones parasociales en la sociedad hiperconectada” señalan los riesgos asociados a esta nueva actividad. Estos riesgos incluyen la fragilidad psicológica ante la dependencia de “likes” y “Followers”, la comparación constante con estándares de perfección irrealistas y los efectos negativos de la hiperconectividad.
Hoy día, las redes sociales han dejado de ser un espacio virtual de ocio y entretenimiento para convertirse en un complejo ecosistema de compra y venta de productos, servicios, y, sobre todo, estilo de vida. Esta tendencia ha dado paso a un nuevo modelo de negocio llamado «granjas de influencers”, que se ha popularizado en los últimos años como una alternativa para ganar dinero a gran escala a través de las redes sociales.
Las granjas y escuelas de influencers son una realidad en países como China o Indonesia, donde miles de jóvenes estudian cómo convertirse en la próxima estrella de Internet. Estás granjas son una especie de fábrica totalmente equipada, que cuenta con todas las instalaciones a su disposición: espacios tematizados y decorados, además del equipamiento necesario para grabación de audio y video de calidad como trípodes, luces o micrófonos para streamers o creadores de contenido que trabajan bajo condiciones muy exigentes para cumplir con métricas irreales de followers, likes y ventas, produciendo y ofreciendo los productos o servicios a sus clientes vía streaming. En china, las compras a través de emisiones en vivo generaron el año pasado unos 480.000 millones de dólares, y se espera que éstas cifras aumenten exponencialmente.
Algunos puntos importantes sobre las granjas de influencers revelan que reclutan a grandes cantidades de personas para manejar múltiples cuentas de redes sociales con el fin de influir en la opinión pública, utilizando tácticas como comprar seguidores falsos, emplear bots, hacer comentarios y likes automatizados; moldeando narrativas, tendencias y mentalidades. Esto exhibe los aspectos negativos de una cultura obsesionada con las apariencias, los likes, la fama online y la manipulación de los espacios digitales con fines económicos y políticos.
La celeridad de nuestros tiempos ha propiciado que jóvenes se enfrenten a un mundo en constante crisis que no ha cumplido con darles la estabilidad económica y profesional prometida. La falta de confianza en el futuro ha propiciado que caigan en el engaño del cortoplacismo. La escasez de compromiso a largo plazo ha dado lugar a la aparición de soluciones expectantes, buscando satisfacer el anhelo aspiracional de los jóvenes: crear una “marca personal”, vender un estilo de vida ocioso y glamoroso, y ganar dinero rápidamente.
En respuesta a estos desafíos, varios países han introducido regulaciones para controlar este tipo de empresas. Alemania, por ejemplo, aprobó una ley que exige que los influencers se identifiquen claramente como anunciantes al promocionar productos. Singapur exige a los influencers que compren licencias y les advierte sobre el contenido engañoso. Corea del Sur ha multado a varias celebridades por publicidad encubierta.
El auge de las redes sociales, que da lugar a un escenario de postverdad, abre la puerta a la desinformación que se escenifica según estándares de viralidad más que de rigor periodístico, científico o pluralista. Ante esto, es necesario un debate sobre la transparencia, regulación y ética en las redes sociales, así como sus impactos a nivel psicológico, informativo y social. Además, es preciso promover una alfabetización digital y mediática desde edades tempranas. Solo a través de un enfoque multidimensional entre educación, regulación y responsabilidad compartida podremos lograr un entorno digital que aproveche las ventajas que nos ofrecen las tecnologías de información y comunicación sin poner en peligro el bienestar de las generaciones venideras.
Ideario en Perspectiva
A pesar de las evidencias y los testimonios, además del clamor de una población en desgracia, se impone la indolencia; se minimiza el efecto; se señala y clasifica a quien levanta la voz; se ataca a quien se atreve a difundir una realidad que rebasa el discurso oficial. El humanismo mexicano parece haberse convertido en una rendición ante la barbarie.