La ciencia política es concluyente cuando teoriza: no hay democracia sin partidos políticos, pero estos no garantizan un sistema democrático. Este teorema está históricamente comprobado en China, Rusia, Cuba, Venezuela, Nicaragua, etc. En la Federación de Rusia Putin figura como rector de la política desde 1999, después de la renuncia de Boris Yeltsin, desde ese entonces sigue al frente de los destinos de Rusia, en dos ocasiones interpósita persona, y el domingo pasado fue reelecto para un nuevo periodo con limite en el 2030. En Venezuela, Nicolás Maduro ha proscrito a partidos políticos de oposición evitándoles competir en las elecciones del 28 de julio próximo, o sea, pretende “ganar” sin efectiva oposición al frente para prolongar un dominio político absoluto iniciado por Hugo Chávez en 1988 y heredado a Maduro el 5 de marzo de 2013 día de su muerte, fecha desde la cual Nicolás Maduro tomó las riendas del poder venezolano y ahora mismo está en busca de una reelección reeditada. Evo Morales seguiría al frente del poder político en Bolivia de no haberse producido una rebelión en su contra. Para conseguir esa línea de autoritarismo político, Putin, Chávez y Maduro han reformado sus respectivos marcos constitucionales, “una nueva constitución” ha “legitimado” sus recurrentes reelecciones, porque, al parecer, el recurso perfecto de quienes propenden a perpetuarse en el poder radica fundamentalmente en desechar toda constitución vigente, con mecanismos de pesos, contrapesos y división de poderes, para reemplazarla por otra que justifique y se acomode a su ambición de mantenerse en el poder sin límite de tiempo.
En México hemos observado cómo se han venido complicando las circunstancias en el país, pues hemos transitado hacia los renglones torcidos de la historia. Las generaciones de mexicanos nacidos en la década de los ochenta y principio de los años noventa aún no tomaban conciencia del entorno social de su existencia, cuando desde lejos conocíamos de los sucesos sangrientos acaecidos en Colombia y entonces nos atemorizaba la idea de “colombianizarnos”, lamentablemente ya estamos en esa tesitura y quizás en otros países abriguen temor por no “mexicanizarse” por cuanto a la cruenta violencia que nos rodea. De igual manera, en materia política observamos lo que acontece en Venezuela, un país petrolero inmensamente rico antes de Chávez y aun durante su primer mandato, pero convertido ahora en un país con hambruna y una nación expulsora de migrantes. A lo lejos observamos cómo se ha empobrecido la población venezolana, que sufre hambre, represión autoritaria, sometida al poder político con apoyo militar, obviamente no queremos la ronda de ese fantasma sobre México. Sin embargo, ¿acaso no captamos señales de un inminente riesgo de tropezar y caer en esa situación? Más nos vale tomar conciencia de ese riesgo ahora que aun podemos evitarlo. El golpe avisa era una rutina muy coloquial entre los cargadores de los mercados públicos, pues cuando iban con su carga a cuestas a veces se topaban con transeúntes, de allí surgió lo de “el golpe avisa”; también del “viene, viene”, “con confianza, el golpe avisa”, o sea, sobre aviso, no hay engaño.