Las continuas y muy garrafales pifias cometidas por Rocío Nahle en el curso de su campaña reflejan con meridiana claridad su errónea concepción respecto del proceso electoral que encara, su desconocimiento de la geografía veracruzana, su ignorancia acerca de la división política de Veracruz y su equivocado menosprecio al calibre de sus opositores. Esa actitud recuerda cuando en los tiempos del PRI hegemónico solo por ser candidato de este partido la campaña era de mero trámite, pues con el solo hecho de ser postulado por el PRI ya se tenía asegurada la victoria. El más reciente desliz de la candidata de Morena al gobierno de esta entidad ha sido el de confundir Tlapacoyan con Tlalixcoyan: “desde que llegué me dicen: Rocío por favor terminen la rehabilitación de Tlalixcoyan a… Atzalan, Atzalan- Perote, que ya inició…” (¡!) Ese lapsus de confundir municipios ubicados en regiones muy distantes y diferentes, se origina en el desconocimiento de la entidad, condición imperdonable en quien pretende gobernarla porque no solo sugiere descuido sino deficitaria preparación para una campaña de esta envergadura. Los asesores de la señora Nahle debieran asumir la responsabilidad de respaldarla con tarjetitas informativas relativas a cada lugar de su agenda, no vaya a ser que cuando visite Tantoyuca la confunda con Acayucan.
Por la frecuencia consecutiva de esos tumbos debe colegirse que en el cuartel general de Morena ya se prendieron focos rojos en su mapa de seguimiento, porque el descomunal yerro de haberse metido en la boca del lobo el domingo pasado con el resultado ya conocido, fue ocasionado por la ausencia de gente conocedora de esas lides, por temeraria esa provocación obtuvo cabal respuesta de estrategas curtidos en experiencias similares. Pero hay cierta lógica en esas consecuencias si nos atenemos al desempeño de una clase política improvisada, ocupada más en resolver sus problemas personales aprovechando el usufructo del poder, pero sin capacidad ni experiencia para aportar ideas para un mejor desempeño en la campaña. El día de campo se está convirtiendo en verdadero martirio, más aún cuando cada día que transcurre la preocupación fundamental atiende más en lo que pudiera ponerse al descubierto ante la opinión pública que en el cuidado al curso de la campaña. Tal sucede, y es muy recurrente, cuando durante el festejo de los días felices se tronaron muchos cuetes sin tomarse el cuidado de recoger las varas a tiempo.