La aguda capacidad de observación de Nicolás Maquiavelo le permitía auscultar el comportamiento de los políticos y los gobernados, resultado de esa fina facultad perceptiva se refleja en este axioma de su autoría: “La naturaleza de los pueblos es inconstante y es fácil persuadirlos de algo, pero es difícil mantenerlos convencidos. El favor popular se gana y se pierde por cualquier minucia”. Otros teóricos de la Ciencia Política cuando se refieren a la lealtad, una de las virtudes que mucho escasea en la actividad política, señalan que los pragmáticos la vinculan a la subordinación, es decir, dura mientras haya supeditación, concluida ésta aquella desaparece, “hay gratitud mientras exista subordinación”- En esa lógica pudiera caber la actitud, ¿razonada? ¿calculadora? de Claudia Sheinbaum en cuanto a la ciega obsecuencia hacia los dictámenes del presidente López Obrador, de cuya autoridad y disposición depende su calidad de candidata puntera en la justa electoral del momento. “En política uno es el candidato y otro es el presidente”, es una reflexión derivada de la experiencia histórica, registrada en quienes siendo fieles servidores de su jefe, el presidente de la república, una vez con la banda presidencial en su pecho transforman su actitud para asumir completamente el mando, no sin antes remitir subliminales mensajes a su antecesor acerca de a quién le corresponde ahora tomar las decisiones y ejercer el mando. En el hipotético caso de una Claudia Sheinbaum ganadora de la elección del dos de junio, una vez tomado el juramento de rigor ¿aparecería una Claudia Sheinbaum mutante? Si las circunstancias la favorecen ya habrá oportunidad de conocer la respuesta convertida en hechos.
Al aproximarse el inminente relevo presidencial, junto a las especulaciones relativas al resultado electoral se va adosando la que refiere una supuesta vigencia de poder transexenal, es decir, que el presidente López Obrador alimenta la idea de convertirse en el poder tras del trono, sin embargo, para hacerse realidad requiere de condiciones objetivas que lo propicien, empezando porque hipotéticamente gane la candidata de su partido. Históricamente ha habido análogas pretensiones, pero la solidez institucional lo ha impedido, porque es costumbre escrita en roca que quien ya bailó debe pasar a sentarse, en México el poder presidencial se ejerce no se delega. Por esa circunstancia, a quien el presidente del Congreso General entrega la banda presidencial se debe la obediencia correspondiente. Lo otro (después del patético episodio de Ortiz Rubio en 1929-1932) ha quedado en la instancia de las inferencias. Por otro lado, no debe pasarse por alto que el actual presidente no goza de cabal salud, según ha confesado carga con todo un botiquín para atenderse los males que le aquejan, luego entonces, un individuo en esas condiciones ya fuera del poder disminuye su capacidad operativa. Siguiendo en la especulación, estaría por verse cuántos de quienes ahora son fieles al mandato de López Obrador lo seguirán siendo cuando el poder presidencial esté en otras manos. Pesa y mucho el deterioro paulatinamente acelerado del poder presidencial, y a nadie escapa que en sentido contrario la metralla política en su contra aumenta con el paso de los días, pues motivos no faltan, porque bien dijo Lincoln: “Puedes engañar a todas las personas una parte del tiempo y a algunas personas todo el tiempo, pero no puedes engañar a todas las personas todo el tiempo”.