martes, noviembre 5, 2024

La sombra del caudillo

Como en el título de la mítica novela de Martín Luis Guzmán, que inspiró la película del director Julio Bracho, que fue censurada y enlatada por 30 años por el viejo régimen priista, las celebraciones del triunfo histórico y contundente de la doctora Claudia Sheinbaum como la primera presidenta electa en la historia democrática de México ocurrieron, inevitablemente, bajo la sombra del caudillo que hoy habita en el Palacio Nacional.

La manera en la que el Presidente salió el domingo por la noche, a celebrar de inmediato la victoria de su candidata y la continuación de su movimiento político en el poder, con una sonrisa de oreja a oreja que ya era muy difícil verle en los últimos meses, no dejó lugar a dudas del papel protagónico y de jefe de campaña real que jugó en estas elecciones el mandatario nacional.

Pero más allá de eso, también fue la señal clara de que, por más que repita constantemente que él no va a influir en el próximo gobierno y que terminando su mandato se irá a refugiar a su rancho en Palenque, la sombra de Andrés Manuel López Obrador seguirá gravitando políticamente por el enorme poder que ejerce y por el papel de caudillo idolatrado que seguirá teniendo en el movimiento que él fundó y que lo sigue viendo como su líder indiscutible.

Una señal muy clara de lo que sucederá en los próximos meses rumbo a la transición de poderes, es lo que hizo ayer, desde su conferencia mañanera, el Presidente. Antes de que lo hiciera la propia doctora, que es a quien le correspondía anunciarlo, López Obrador se arrogó la facultad de hacer pública la aceptación del secretario de Hacienda, Rogelio Ramírez de la O, para continuar ocupando ese mismo cargo en el futuro gobierno de la presidenta Sheinbaum.

Aunque se hubiera tratado de algo acordado, que no parece ser el caso, no se vio nada bien que una decisión tan importante para el manejo de la política económica en su próxima administración no haya sido dada a conocer por la virtual presidenta y que fuera hasta ayer por la tarde, a través de sus redes sociales, que Claudia Sheinbaum le agradeciera al doctor Ramírez de la O «por aceptar continuar al frente de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público».

Y es cierto que, como candidata presidencial, el pasado 6 de mayo durante su asistencia a un foro con los consejeros de BBVA, la doctora dijo que le pediría al actual Secretario de Hacienda que continuara ocupando el cargo en el arranque de su administración y hasta les adelantó que lo buscaría el 2 de junio, una vez que se definieran los resultados de la elección a la que, por cierto, en esa reunión calificó como un mero «trámite». ¿No hubiera sido correcto que fuera ella la que anunciara ayer como una de sus primeras decisiones como virtual presidenta electa la continuación del titular de la Hacienda Pública?

Y no es que se ignore la enorme cercanía y comunicación que existe entre el Presidente y su virtual sucesora, pero como decía el ideólogo del viejo PRI, don Jesús Reyes Heroles, a quien conoció muy bien López Obrador, «en política la forma es fondo» y las formas de que sea el presidente desde Palacio Nacional el que empiece a anunciar y a adelantar las decisiones de la doctora Sheinbaum no abonan a la idea de una presidencia autónoma e independiente de la influencia del caudillo político.

Porque sin poner en duda la legitimidad que le darán sus casi 35 millones de votos, una de las incógnitas que permanecen sobre la futura presidencia de Claudia Sheinbaum, es si tendrá el margen de maniobra suficiente para tomar sus propias decisiones o si seguirá apegándose, como lo hizo durante toda su carrera política y su exitosa campaña, a los designios y decisiones tomadas por López Obrador. Y esa duda, que hoy recorre el país de norte a sur y de oriente a occidente, es tan legítima como lo será su Presidencia.

Ayer la reacción de los mercados financieros, con la depreciación del peso y la caída de la Bolsa Mexicana de Valores fueron un aviso claro de que a los inversionistas no les agradan mucho los gobiernos absolutistas y prefieren siempre la moderación y los equilibrios, reflejados en el respeto irrestricto a la ley y el Estado de derecho, como factor de seguridad y certeza para sus inversiones.

Así que, si no se quiere repetir la historia de la sucesión entre Álvaro Obregón y el general Plutarco Elías Calles en aquel aciago 1924, cuando la intervención abierta del presidente para imponer y favorecer a su candidato terminó en un asesinato político del general Francisco R. Serrano, que interfería en la sucesión, más valdría que se empezaran a mandar señales claras y contundentes de que, más allá de la cercanía y la identificación política, incluso del agradecimiento que le pueda tener a quien ha sido su mentor y jefe político, la nueva Presidenta tendrá luz propia y no ejercerá su presidencia histórica bajo la sombra del caudillo… Agitamos los dados. Acecha la Serpiente.

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