martes, julio 2, 2024

La versión de los vencidos

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La elección de 1988 constituye un auténtico parteaguas político en nuestro país porque a partir de su acaecimiento sobrevinieron reformas constitucionales de gran calado, señaladamente en el marco electoral, sin mengua de las reformas al artículo 27 y otras más que dieron al traste con el ejido mexicano y aquellas por las que lucho sin conseguirlo en su tiempo la Cristiada de los años veinte de ese siglo. Desde ese relevante episodio de nuestra evolución política sobrevinieron sucesivas reformas que sustanciaron un nuevo esquema en el desarrollo de los procesos electorales del país que concretaron genuinos avances democráticos. Aparejada a ese vertiginoso proceso legislativo se creó en el imaginario colectivo mexicano la visión de un “fraude electoral”, supuestamente comprobado por “la caída del sistema”, cuya premisa fundamental sostiene que Cuauhtémoc Cárdenas ganó aquella elección al candidato priista Carlos Salinas de Gortari. Al margen de las discusiones sobre el particular debemos recordar que el propio candidato del Frente Democrático Nacional aceptó no contar con la documentación necesaria para comprobar un supuesto triunfo, muy explicable si nos atenemos a la insuficiente infraestructura electoral de ese Frente que le impidió cubrir todo el territorio nacional con representantes en infinidad de casillas. Sin embargo, la versión que prevaleció y aun se maneja como cierta, es la del “fraude electoral”, pese a que apenas meses después, ya desaparecido el FDN y un PRD vigente no repitió en 1989, en Baja California, la ventaja electoral del 88 pues el PAN ganó el gobierno de esa entidad mandando al segundo lugar en votos al PRI y relegando a un modesto tercer lugar al PRD. La dosis se repitió en 1991 cuando en la elección intermedia el PRI ganó 291 de los 300 Distritos electorales del país y el PRD consiguió un raquítico número de diputados. Sin embargo, prevalece el dogma del “fraude electoral” de 1988.

Cuando el muy apretado resultado electoral de la elección presidencial de 2006 el PRD (López Obrador) se inconformó haciendo un plantón en el centro de la capital del país y se autoproclamó “presidente legítimo” para contrastar el festejo de Felipe Calderón a quien el INE reconoció el triunfo. A causa de los muchos años en el poder, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) sufrió el desgaste que el ejercicio del poder ocasiona, por esa condición toda oposición se acredita favorecida por “el pueblo”, ya conocemos la muy virtual inclinación del colectivo ciudadano a mostrarse favorable con el “más débil”, esto quizás pudiera ser una de las causas de su tendencia a concederle la razón cuando enfrenta al poderoso, de allí la inercia a aceptar lo del “fraude electoral” en 1988 y a mostrar simpatía por quien, como López Obrador, se convirtió durante muchos años en el opositor al régimen de un partido hegemónico, aunque electoralmente no lo demostrara tal cual sucedió en 2012 cuando Peña Nieto lo venció por amplio margen. La persistencia del actual presidente fue recompensada en 2018 con la coyuntura de una gestión presidencial de Peña Nieto bastante deslucida, combinada con el hastío ciudadano, la pobreza de amplios sectores de la población mexicana y la desfachatada corrupción de la clase gobernante. Ganó MORENA en 2018 y repitió la dosis en este 2024 generando una versión devenida de los opositores en la que abundan las quejas sobre una “elección de estado”, es decir, elecciones disparejas. Y en esas andamos, porque la ciudadanía sigue escuchando quejas parecidas sino es que las mismas de quienes ahora las corresponde interpretar el papel de los vencidos. Lo peor radica en que en este caso la oposición derrotada tiene razón, pero en todo caso sigue siendo la versión de los vencidos. Entonces ¿debieran conformarse? No está en el ánimo opositor esa actitud, porque se advierte una actitud beligerante, apta para revisar errores y prepararse para no repetirlos con estrategias adecuadas a la nueva posición en el tablero político. Pero falta el factor que cohesione esa actitud, alguien que empuje y jale para coordinar la inconformidad existente, en momentos así suelen surgir los líderes, ya veremos si así será.

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