De luces y sombras, de errores y aciertos, rechazado y estimado, como todo adicto al poder, Dante Delgado es un hombre que concita antipatías y afectos, admiración y rechazo, filias y malquerencias. Nunca ha presumido, y seguramente no le interesa, ser un ser de luz, inspirado por pasiones angelicales. Desde siempre ha dedicado su vida a la política, es decir, al uso de las artes útiles para obtener dominio y autoridad sobre el resto, al margen de la virtud. No es ni más ni menos que aquéllos con los que se ha aliado o confrontado en su prolija y extensa carrera. Pero si existiera una escala objetiva de logros, ¿Quién pondría en duda que fue uno de los mejores gobernadores de Veracruz, que se anticipó decenio y medio a la debacle del PRI, que cuando puede, recuerda lo que es el servicio público y se aplica?
A propósito de su enfermedad, de la que por cierto ha iniciado su proceso de remisión, alguien propaló el rumor de su deceso. Lo notable de esta perfidia es la cantidad de incredulidades, pesares y reconocimientos a Dante que auténticamente se viralizaron. Incluso de sus adversarios y de los que no comparten sus métodos ni su fiel seguimiento a la máxima que prescribe: la política no es para almas buenas. Larga vida.