Expresión Ciudadana
Carlos A. Luna Escudero
En el bullicioso mercado de Xalapa, entre puestos de café recién tostado y artesanías de vainilla, se esconde una verdad que muchos pasan por alto: no es lo mismo sostener un negocio que crearlo desde la nada. Los términos “empresario” y “emprendedor” suelen mezclarse en el lenguaje cotidiano, pero en la práctica representan dos universos paralelos, cada uno con sus reglas, sueños y batallas. En Veracruz, donde la tradición convive con la innovación, entender estas diferencias no es un ejercicio académico, sino una necesidad para construir futuro.
El “empresario” es, según la Real Academia Española, el titular o directivo de una industria, negocio o empresa. Su labor se asemeja a la de un jardinero experto: poda, riega y cuida lo que ya crece, asegurando que cada rama dé frutos. Su mirada está en la eficiencia, los números claros y la estabilidad. En contraste, el “emprendedor” es definido como quien emprende con resolución acciones innovadoras. Es un sembrador de bosques nuevos, alguien que ve un terreno baldío y imagina un ecosistema donde otros solo ven maleza. Como señala un estudio de Harvard Business School, estos últimos poseen una “confianza excepcional” para navegar en la incertidumbre, incluso cuando las olas amenazan con hundir su barca.
En el puerto, *Don Rafael* personifica al empresario clásico. Dueño de una flota pesquera heredada de su padre, ha modernizado sus barcos con GPS y sistemas de refrigeración, pero su corazón late al ritmo de las redes tradicionales. “Aquí lo que funciona no se toca”, repite mientras revisa cuentas en su oficina con olor a sal. Su desafío es claro: competir con las grandes empresas sin perder la esencia que lo une a su comunidad.
A solo unas calles, *Lucía*, una ingeniera de 28 años, encarna al emprendedor moderno. Con un equipo de tres personas, desarrolló una app que monitorea la calidad del agua en los ríos de Veracruz usando sensores low-cost. “Empecé con un prototipo hecho con piezas de juguete”, confiesa entre risas. Para ella, el dinero no es una meta, sino un medio: “Si limpiamos los ríos, el turismo y la pesca mejorarán solos”.
Mientras el empresario veracruzano mide el éxito en *años de facturación estable*, el emprendedor lo mide en *historias de impacto*. El primero contrata empleados para cubrir funciones específicas; el segundo busca cómplices que compartan su utopía. Para el empresario, un cliente es un comprador recurrente; para el emprendedor, un aliado que cree en su causa.
El *riesgo* también los divide. El empresario, como buen navegante de aguas conocidas, evita las tormentas. Prefiere invertir en maquinaria que garantice un 10% más de producción antes que apostar por tecnología no probada. El emprendedor, en cambio, abraza el riesgo como parte del viaje. Como los jóvenes de Coscomatepec que convirtieron un viejo cafetal en un parque ecoturístico con cabañas sostenibles, arriesgaron su patrimonio familiar por una idea que, al principio, muchos tacharon de locura.
Hasta la relación con el tiempo los distingue. El empresario organiza su jornada en horarios fijos: reuniones a las 9 AM, cierre de caja a las 7 PM. El emprendedor vive en un presente perpetuo, donde las madrugadas se mezclan con prototipos fallidos y las comidas se improvisan entre llamadas a inversores.
En Veracruz, ambos perfiles enfrentan olas distintas. Los empresarios lidian con una marea de obstáculos: permisos que tardan meses, competencia de mercados informales y una presión fiscal que ahoga a las pequeñas empresas. Cada año suben los impuestos, pero las calles siguen llenas de baches, reclama una dueña de escuelas de belleza en Córdoba.
Los emprendedores, por su parte, batallan contra la falta de redes de apoyo. Encontrar inversores es como buscar un faro en la niebla, dice Jorge, creador de una plataforma de venta de artesanías huastecas de Papantla. A esto se suma una cultura que aún desconfía de lo nuevo: “Cuando propuse usar drones para repartir medicinas en zonas rurales, todos pensaron que estaba loca”, recuerda Ana, fundadora de una startup en Xalapa.
Veracruz no necesita elegir entre tradición e innovación, sino aprender a bailar con ambas. Los empresarios deben recordar que hasta el roble más fuerte necesita semillas nuevas para sobrevivir. Los emprendedores, que hasta el bosque más frondoso empezó con una raíz.
¿Cómo lograrlo? “Creando diálogos.” Imaginen un taller donde dueños de tortillerías tradicionales aprendan de jóvenes que usan inteligencia artificial para predecir la demanda de masa. O un fondo estatal que premie a empresas establecidas que apadrinen startups locales. La clave está en ver al *otro* no como rival, sino como complemento.
Al final, más que etiquetas, lo que cuenta es el legado. Como dijo un viejo campesino de Tlacotalpan mientras enseñaba a su nieto a sembrar: “Hay dos tipos de gente: los que cuidan la cosecha de este año y los que plantan los árboles que darán sombra en treinta años. Los primeros nos dan de comer; los segundos, esperanza”.
Veracruz necesita ambos. Si eres empresario, pregúntate: ¿Qué árbol estás dispuesto a plantar hoy? Si eres emprendedor, recuerda: hasta el ahuehuete más alto empezó siendo vulnerable. La próxima vez que camines por el malecón, mira el mar: ahí donde algunos ven olas que se van, otros ven olas que llegan. El futuro no es una competencia, es una marea que nos invita a remar juntos.