Expresión Ciudadana
Carlos A. Luna Escudero
Caminar por Xalapa es perderse en un laberinto de contrastes: bajo la neblina que abraza sus cerros, se esconden colonias donde el agua potable es un lujo, calles que se deshacen en baches y mercados que palpitan entre el abandono y la resistencia. ¿Cómo es posible que una ciudad, cuna de intelectuales y jardines, enfrente su futuro con una gestión municipal que parece anclada en el pasado? La respuesta no está en la falta de recursos, sino en la ausencia de una visión que transforme las quejas en soluciones y la opacidad en transparencia.
La gestión municipal es el conjunto de procesos, estrategias y acciones que un gobierno local pone en marcha para administrar los recursos públicos, garantizar servicios básicos y promover el desarrollo sostenible de su comunidad. No se trata solo de administrar una ciudad, sino de construir un entorno más justo, ordenado y funcional para todas y todos. Es, en esencia, el arte de hacer posible lo necesario.
Una gestión municipal eficaz impacta directamente en la calidad de vida de la población. De ella depende que haya calles iluminadas, recolección eficiente de basura, agua potable en los hogares, transporte público digno, y espacios públicos seguros. También es la herramienta para combatir la desigualdad, fomentar la participación ciudadana, proteger el medio ambiente y garantizar servicios para todos, sin importar el nivel socioeconómico.
Además, una buena gestión promueve el desarrollo económico, ya que facilita la apertura de negocios, mejora la infraestructura y genera confianza en inversionistas y organismos de financiamiento. En resumen, sin gestión municipal eficiente, no hay desarrollo local posible.
A pesar de su importancia, la gestión municipal en México enfrenta múltiples rezagos:
- Cortoplacismo: Al ser gobiernos de tres o cuatro años, se priorizan obras rápidas y visibles sobre soluciones estructurales.
- Corrupción e impunidad: Desvío de recursos, contratos amañados y falta de sanciones debilitan la confianza ciudadana.
- Clientelismo: Los servicios públicos se utilizan como moneda política, beneficiando solo a ciertos grupos.
- Falta de transparencia: Muchos municipios operan con opacidad, impidiendo la rendición de cuentas.
- Desconexión con la ciudadanía: La participación social se reduce a simulacros, ignorando las verdaderas demandas de la población.
- Obsolescencia tecnológica: La falta de modernización impide responder con eficacia a los problemas contemporáneos.
Estos factores no solo afectan la eficiencia administrativa, sino que también generan consecuencias visibles como inseguridad, desigualdad, contaminación, y deterioro de los servicios básicos.
Una administración local sólida y bien organizada es la llave para acceder a diversos tipos de recursos:
1. Recursos Federales y Estatales
Los municipios reciben transferencias como el Ramo 33 o 28, pero para acceder a ellas se requiere cumplir con requisitos técnicos, diagnósticos precisos y rendición de cuentas. Programas como PROAGUA o el Fondo de Infraestructura Social Municipal están disponibles, pero solo si se presentan proyectos bien elaborados.
2. Fondos Internacionales y Cooperación
Organismos como el Banco Mundial o el BID financian proyectos sustentables e innovadores, pero exigen transparencia, viabilidad técnica y sostenibilidad. Un ejemplo sería un proyecto de recuperación ecológica de un río, que puede recibir apoyo de fondos verdes globales.
3. Generación de Recursos Propios
Una buena gestión también fortalece la recaudación local: predial, permisos, alianzas público-privadas o mejora en el cobro de servicios pueden generar ingresos propios sin depender totalmente de subsidios.
4. Créditos y Financiamientos
Instituciones como BANOBRAS otorgan créditos para proyectos de gran escala, pero solo a municipios con solvencia técnica, planes de desarrollo claros y mecanismos de rendición de cuentas.
5. Optimización del Gasto
Evitar el despilfarro y la corrupción libera recursos que pueden invertirse en infraestructura, salud, educación y programas sociales. Se estima que hasta un 30% del presupuesto municipal se pierde por mala gestión.
En resumen. la gestión municipal no es un asunto exclusivo de alcaldes o regidores: nos concierne a todos y todas. Un municipio que no sabe gestionar sus recursos está condenado a la improvisación y la dependencia eterna. En contraste, una gestión honesta, profesional y participativa tiene el poder de transformar realidades locales y construir ciudades más justas, funcionales y prósperas.
Xalapa no es ajena a los diagnósticos: según el IVAI es uno de los municipios con más quejas por opacidad en contratos y salarios de funcionarios. Pero los problemas van más allá de los escritorios. En colonias como 3 de Mayo, familias entierran cubetas en sus patios para recolectar agua de lluvia, mientras CMAS responde con facturas elevadas y silencio. El camión de basura, por su parte, parece tener rutas caprichosas: en sectores como Santa Bárbara, los vecinos acumulan bolsas por días, mientras el reglamento de limpia pública se limita a multas inaplicables.
El transporte público, otro eslabón roto, opera como un caos privatizado: rutas desarticuladas, unidades obsoletas y tarifas que suben sin explicación; miles de taxis circulando por la ciudad sin control, cobrando sumas exorbitantes. Mientras tanto, el «Plan de Movilidad Sustentable» duerme en archivos digitales, y las ciclovías prometidas son más un eslogan que una realidad.
El Ayuntamiento presume su adhesión al Gobierno Abierto desde 2011, pero los mecanismos de participación son fantasmas. Los consejos ciudadanos, diseñados para incluir voces en la toma de decisiones, se reducen a actas sin seguimiento. Un ejemplo: en 2022, colectivos ambientales propusieron rescatar el Río Sedeño con jornadas de reforestación; la respuesta fue un taller virtual sin presupuesto. Mientras, las licencias de construcción se aprueban en opacidad, como denuncian urbanistas, facilitando desarrollos irregulares en zonas de riesgo.
La transparencia, lejos de ser un puente, es un muro: el 70% de las solicitudes de información sobre obras públicas reciben respuestas evasivas, señala el IVAI.
Xalapa recibe millones en recursos federales, pero el gasto parece evaporarse. En 2023, se destinaron $50 millones de pesos a pavimentación, pero colonias como El Castillo que siguen sin cambios. El relleno sanitario de El Tronconal, declarado en emergencia hace una década, recibe migajas para mantenimiento, mientras la basura se acumula en tiraderos clandestinos que envenenan mantos acuíferos.
La corrupción, aunque combatida severamente por la administración de Ricardo Ahued y continuada por Alberto Islas, permea hacia abajo: contratos directos a empresas fantasmas, sobreprecios en alumbrado LED, y desvíos en programas sociales, según señalan empresarios xalapeños.
La salida no está en diagnósticos eternos, sino en acciones concretas. Para empezar, urge un sistema de monitoreo en tiempo real que muestre el avance de obras y el gasto público, accesible desde cualquier celular. Los mercados municipales podrían convertirse en centros de economía circular, con talleres que enseñen a transformar residuos orgánicos en compostaje y energía. CMAS debe priorizar la reparación de fugas y adoptar medidores inteligentes para cobrar justo lo consumido, no estimaciones absurdas.
En movilidad, es clave rediseñar rutas de transporte con apps que integren horarios y den prioridad a unidades eléctricas. Los parques abandonados, como Los Berros, merecen ser reconquistados por la ciudadanía: brigadas vecinales podrían administrarlos con apoyo municipal, combinando jardinería comunitaria y seguridad vigilada.
La innovación no debe quedarse en discursos: Xalapa puede ser pionera en México con un laboratorio urbano donde universidades públicas y privadas, prueben tecnologías para captar agua de lluvia en techos o pavimentos permeables que reduzcan inundaciones. La transparencia exige auditorías ciudadanas anuales, con equipos rotativos de vecinos revisando contratos y asistencia de funcionarios a juntas.
Para combatir la inseguridad, no bastan cámaras: hay que iluminar cada calle con energía solar y abrir centros culturales en zonas marginadas, donde jóvenes aprendan oficios digitales. El presupuesto participativo debe ser vinculante, permitiendo que colonias decidan directamente el 20% de los recursos. Y en vez de megaobras, impulsar microproyectos: huertos urbanos en terrenos baldíos, rehabilitación de fuentes públicas, y corredores peatonales con arte local.
La gestión municipal no es un trámite: es el arte de convertir necesidades en derechos, y quejas en pactos colectivos. Xalapa tiene todo para ser ejemplo: sociedad crítica, universidades, y un entorno natural envidiable. Pero sin rendición de cuentas, sin castigo a la corrupción, y sin escuchar a quienes padecen los cortes de agua o caminan entre baches, seguiremos siendo una ciudad que llora sus fallas tras la neblina.
El cambio empieza en las calles: exijamos planes con fechas claras, no promesas; participemos en comités de vigilancia, no solo en quejas virales; y transformemos el desencanto en propuestas. Porque una ciudad no se construye con discursos, sino con gestión que sude, que incluya.