Si bien la generación de jóvenes mexicanos ya debe haberse familiarizado con el dramático acontecer del México de nuestros días, para quienes sobrepasan la cincuentena de años este es un escenario jamás imaginado, y qué decir de los setentones y octogenarios, para quienes vivir en zonas urbanas garantizaba mayor seguridad que morando en el campo, porque entonces la delincuencia buscaba el cobijo de la oscuridad para cometer sus fechorías. Todo lo contrario de hogaño, porque ahora asesinan, secuestran, asaltan, extorsionan cada segundo de las 24 horas del día. Lo que ahora es costumbrismo de violencia desenfrenada antaño era difícil imaginar. No que “todo tiempo pasado haya sido mejor”. sino la mucha calidad de vida que se ha perdido en este país de desigualdades sociales al por mayor. En estos tiempos la nostalgia recuerda las serenatas de madrugada, los salones “sociales” para bailar danzón, las discotecas para la “chaviza” de los cincuentones de hoy, ya todo eso forma parte de un pasado imposible de repetir. Sirve de consuelo que a cambio la tecnología acerca a la gente, la ilustra con un solo clic. Si antaño se viajaba desde las sierras y los llanos hacia la costa para conocer el mar, ahora infinidad de jóvenes circunvalan la tierra conociendo diferentes culturas en viajes de placer o en busca de conocimiento para la superación personal. Europa, el Medio Oriente y Asia ya están a la vuelta de algunas horas de vuelo, “viaje ahora y pague después”, es la formula más socorrida para emprender el vuelo.
Y en esa dinámica de conocer diferentes formas de convivencia confirmamos el valor de nuestras tradiciones, el folklore, la rica gastronomía y el mosaico cultural que nos unifica e identifica como mexicanos. Pero, ¿en qué momento de nuestra historia reciente comenzó la descomposición social y gubernativa de la que ahora somos víctimas? Cuando al final de los años ochenta del siglo pasado escuchábamos las atrocidades cometidas por el crimen en Colombia, voces hubo de advertencia para “no colombizarnos”, luego nos sorprendimos con las balaceras en calles de Guadalajara, Caro Quintero era un nombre apenas conocido, después llegaron “El Güero Palma”, “El Señor de los Cielos”, “Los Zetas”, los Beltrán Leyva, y tras ellos se incubó al “Chapo Guzmán” y el “Mayo Zambada”, después, ya nada fue igual. Ha sido ese un ciclo bastante duradero, más de treinta años de zozobra, muchos no nos percatamos de su peligrosidad, ni aun cuando al desaparecer las famosas pandillas nos dimos cuenta del surgimiento de una patología mayor: los cárteles de la droga cuya existencia ya forma parte del paisaje social mexicano. Los actuales tiempos son coyunturales, el presidente Trump ha lanzado piedras al panal delictivo de nuestro país y puso al descubierto las grandes lacras inmiscuidas en el sector público de cuya existencia todos sospechabamos. Respecto de cuál será el resultado de la presión estadounidense para que en México se actúe para sanear el diagrama político quizás no pase mucho tiempo para saberlo.