viernes, noviembre 22, 2024

El show debe continuar

Bienvenidos a la carpa de la 4T. Al show más grande de México. Al circo con el cual el Presidente entretiene al público que le aplaude con frenesí. Esta semana tocó el Cirque de Santa Lucía, protagonizado por contorsionistas y magos, trapecistas y ministros saltimbanquis, pilotos acalambrados y señores uniformados, haciendo lo que el domador les pide.

Volar, aterrizar, alabar, celebrar, mentir. Contribuir al delirio del demagogo, vocablo proveniente del griego demos = pueblo + agos que literalmente significa «líder del pueblo». Ahora se usa para describir a un líder que capitaliza los prejuicios populares, hace aseveraciones falsas y usa argumentos basados en la emoción más que en la razón. Había resistido describir a AMLO así, pero después del estreno estelar para hacernos creer que el aeropuerto de Santa Lucía es «la obra más importante del mundo», el epíteto es inevitable. Y ese ejemplo se suma a tantos más donde los instrumentos de la retórica y el espectáculo no son utilizados para resolver problemas, sino para manipular ciudadanos.

Sólo AMLO puede salvarnos del neoliberalismo, del país en llamas que heredó, de la corrupción que todo lo demolió, del cascajo que le entregaron. Sólo él puede «Hacer a México Grande Otra Vez». Reestatizar, recuperar la rectoría del Estado, poner a los pobres primero, vacunar mejor que cualquier otro país. La falta de especificidad o planeación o verdad sobre cómo puede cumplir esos objetivos es menos relevante que su retórica. Lo que importa no son los resultados, sino las palabras; lo que convence no son los logros, sino la escenificación. La rifa, la maqueta, el desfile, las giras sin cubrebocas, el gabinete parado junto a las cajas de vacunas. La musculatura profética de las palabras, aunque no estén sustentadas en hechos. La fascinación producida por la Presidencia performativa que todos los días salta a través de aros de fuego, doma leones, serrucha a sus adversarios y logra soltarse de cualquier atadura. Un Houdini de Palacio Nacional. Un telenovelero que no lo tiene ni Televisa.

Así el país se sintonizó al capítulo de la serie más sonada de la temporada: «Santa Lucía, mon amour», donde se «inauguró» un «aeropuerto internacional» en el que aterrizaron «aviones comerciales». Solo que detrás de la magna puesta en escena persisten las serias deficiencias que no han sido lo suficientemente discutidas, analizadas o tomadas en cuenta por quienes no paran de aplaudir, mientras dejan de razonar. No está comprobado que Santa Lucía pueda funcionar al mismo tiempo que el AICM, dado que los vuelos comerciales que aterrizaron tuvieron que sobrevolar dos horas antes de hacerlo, por el congestionamiento aéreo que ya hay, y se alteraron las operaciones aéreas en Toluca y CDMX. No queda claro que el costo del aeropuerto inaugurado será menor que el aeropuerto cancelado, tomando en cuenta las indemnizaciones y el escalamiento del presupuesto de Santa Lucía en 128% sólo durante el 2020, según el Centro de Estudios de la Cámara de Diputados. No es evidente que haya menos corrupción en su construcción dado que los estudios de factibilidad técnica, los análisis de aeronavegabilidad, los planes de autosustentabilidad financiera, el proyecto ejecutivo definitivo y los contratos asignados han sido «reservados» por las Fuerzas Armadas. No es obvio que produzca un bien público ya que las ganancias serán privadas: quedarán en manos de la SEDENA S.A. de C.V.

Pero eso no le preocupa al Presidente y a quienes sustituyen el escrutinio por la veneración, el análisis por la genuflexión. Poco importa que cuando caiga el telón, detrás de él habrá un aeropuerto que reproduce los peores vicios de la obra pública del pasado como el Paso Exprés, el Tren Toluca y el NAIM de Texcoco. Santa Lucía no es un proyecto de ingeniería; es un acto de fe. No es un monumento a la austeridad sino a la opacidad. No es el resultado de la planeación transparente sino de la improvisación política. No se inaugura para resolver un problema de saturación, sino para satisfacer un imperativo de teatralización. Y lo mismo ocurre con el Plan Nacional de Vacunación, construido sobre el mito genial de las vacunas suficientes, y edificado sobre criterios políticos pero sin bases epidemiológicas. La verdad sustituida por la teatralidad. El espectáculo como una forma de poder, y como una manera de pervertirlo.

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