Podría decirse que el fenómeno se presenta en todo el país, pero en Veracruz los dirigentes, los funcionarios y hasta el patriarca de Morena parece que no encuentran la fórmula para sacar limpiamente a sus candidatos… o hasta sin limpieza.
La usanza pejista de la democracia sin frenos desorienta a los involucrados en el proceso, y de esta manera las candidaturas se van resolviendo a la vieja usanza de los intereses grupales y los acuerdos en lo oscuro… o el legendario dedazo, federal (probable) o estatal (improbable).
Hace unas semanas, los periodistas del Grupo de los Diez escuchábamos azorados a nueve aspirantes a alcaldes y una aspirante a diputada local cuando nos confesaban que no habían logrado entablar ninguna comunicación con la dirigencia de Morena en Veracruz, y que por tanto no alcanzaban a imaginar qué iban a hacer en el proceso, para ser considerados, al menos, como precandidatos.
Y así en todos los 30 distritos locales y en las 212 presidencias municipales, menos una.
El término científico social que mejor define esta situación es que la dirigencia de Morena está hecha bolas. Y vale tanto para los líderes reales como para los morales; para los funcionarios partidistas como para los funcionarios de los tres niveles de gobierno.
Por lo pronto, lo que sí se sabe es que los resultados de las famosas encuestas en nuestro estado se van a dar a conocer hasta el 3 de mayo, apenas a tiempo para que los candidatos elegidos puedan registrarse e iniciar sus campañas al día siguiente.
Ésa debe ser otra «genialidad» de los consejeros áulicos del régimen cuitlahuista, que quieren rizar el rizo dándole más vueltas.
Y cuando pongo «consejeros» pienso en los cuates ocurrentes, no en los asesores verdaderos, preparados y conocedores, que nunca son tomados en cuenta.
Pasan los días y al partido en el poder se le complica más la selección final por la falta de un liderazgo inteligente e inclusivo que marque el rumbo y resuelva las diferencias internas, que son muchas y ya están afectando negativamente la percepción de la ciudadanía respecto del movimiento que no es partido (y en realidad no es ni lo uno ni lo otro).
Los priistas y hasta los panistas de antaño tenían una ventaja a su favor: después de las intensas escaramuzas en las que nombres subían y bajaban de las listas, terminaban doblando la cerviz ante la opinión del que más contaba en el caso tricolor y de los votos de los militantes para los blanquiazules, mientras les duró la democracia interna.
En Morena de plano no han sabido qué hacer, y esta indecisión está calentando los ánimos de las corrientes, los grupos, las tribus, los simpatizantes.
¿A ´poco tendría que venir un Carlos Salinas a decirles: “No se hagan bolas”?