Serpientes y Escaleras
Salvador García Soto
Por la forma en que reaccionaron en el gobierno de López Obrador, ante el sorpresivo anuncio que sacudió a los mercados y al sistema financiero mexicano, casi podría decirse que en la 4T no les disgustó nada el anuncio de Citigroup, la semana pasada, de abandonar el mercado de la banca personal y de primer piso en México, para quedarse solo en la banca empresarial y de grandes clientes.
Desde el primer comentario del secretario de Gobernación, Adán Augusto López, en la mañanera del día 12 que habló del tema con un tono casi de desenfado, minimizando la importancia al anuncio de Citibanamex.
Luego vendrían las aparentes ocurrencias del director de la UIF, Pablo Gómez, una voz que representa a los sectores más duros y radicales de la 4T, con su propuesta de “banca mixta” con un 50% de propiedad estatal y la sorpresiva propuesta del canciller Marcelo Ebrard para “expropiar” el valioso patrimonio cultural de Citibanamex. Y en medio de eso, apenas un escueto comunicado del secretario de Hacienda, Rogelio Ramírez de la O, diciendo que habría que estar atentos al “riesgo de concentración en la venta” y la extraña aclaración de que ellos, en la SHCP sí supieron antes del anuncio, pero no lo revelaron para “no meter ruido a los mercados”.
Está claro que a López Obrador y a su gobierno no les cayó ni por sorpresa ni nada mal la salida de Citibanamex del mercado mexicano; por el contrario, ya pusieron en marcha toda una operación política y financiera para tratar de orientar e influir en el proceso de venta. Por ejemplo, la supuesta ocurrencia de Pablo Gómez sobre un banco mitad propiedad estatal y mitad de un grupo de inversionistas mexicano, empieza a cobrar sentido con la propuesta de Javier Garza, empresario al que el presidente le tiene simpatía y que creó una cosa llamada “Empresarios de la 4T”.
La propuesta del presidente, en la que expresó su deseo de “mexicanizar” a Banamex, habla claramente de que, desde el gobierno, particularmente Hacienda y la CNBV, se podría ir acotando el proceso regulatorio de la venta para tratar de favorecer a un empresario o un grupo financiero mexicano. Y no es casualidad que el primero que haya brincado y, muy a su estilo trumpiano, hubiera hecho una oferta en redes sociales (“¿cuánto quieren por su changarro?”) haya sido precisamente Ricardo Salinas Pliego, amigo y asesor del presidente y uno de los empresarios más favorecidos (y protegidos) por su gobierno.
El mismo presidente aventó al ruedo a Carlos Slim, quien sin duda tiene la capacidad financiera, pero en su estilo personal de hacer negocios, en el que siempre compra barato y así construyó su fortuna desde los tiempos de Salinas, el ingeniero solo entraría si hay un precio bajo de por medio.
Finalmente está Banorte, el otro grupo al que López Obrador apuntó en su lista de posibles compradores. Sin duda Banorte está interesado y, aunque no ha dicho nada públicamente, la familia Hank ya ordenó hacer un análisis de posibles fondos de inversión con los que pudieran hacer una sociedad para hacer una propuesta de compra por Citibanamex llegado el momento.
La declaración —que es al mismo tiempo deseo y casi orden— del presidente sobre que “Banamex vuelva a ser un banco mexicano”, tiene una lógica simple y apela al viejo nacionalismo, igual que en otros sectores como el energético: que un banco mexicano, propiedad de mexicanos, pueda competir y hasta desbancar a BBVA, el banco español que hoy domina el mercado bancario y que no es precisamente del agrado de López Obrador y sus complejos contra lo hispano. Y sin duda, en un hipotético caso y si reciben impulso y hasta algo de ayuda de Palacio, la fusión de Banorte con Banamex rebasaría, con creces a BBVA. ¿Será por eso que la noticia de la venta de Banamex cayó tan bien en la 4T?