Me gustaría reivindicar la libertad política para criticar los desaciertos de la 4T y del Presidente sin necesidad de identificarse con una visión del mundo y una práctica profesional con la que no se coincide. “Todos somos Loret” supone una defensa del periodista atacado, pero también implica una suerte de identificación con los valores y actitudes que él defiende. Desde luego, quien sí lo haga está en todo su derecho de sumarse a su causa y cantarlo al mundo, aunque seguiría preguntándome por qué la utilización de una fórmula tan absoluta y evidentemente falsa. Tan falsa y absoluta como el que se envuelve en el hashtag opuesto “Todos somos Obrador”.
Adscribirse a “Todos somos Loret” es un acto solidario en defensa de quien está siendo víctima de un ataque que se considera injusto. El que lo enarbola tendrá razones para pensar que es mejor ciudadano; uno que da un paso al frente, así sea en redes sociales, para protestar contra un abuso del poderoso. Pero las palabras pesan y están cargadas de significado. Los símbolos representan definiciones y tienen consecuencias. Y, por lo mismo, merece examinar los colores con los que nos vestimos y las consignas desde las que participamos. “Todos somos” algo, lo que sea, entraña un sentido de pertenencia y, en la misma proporción, de exclusión. ¿Todos? ¿Y los demás que no son “todos”?
Traté a Loret en sus primeros años como reportero de radio y pude apreciar las aptitudes personales y profesionales que le permitieron avanzar en este duro oficio. Hace años que no lo veo, tareas e intereses distintos no han abonado para coincidir. No obstante, como el resto de la opinión pública me he percatado de su trayectoria en televisión, en radio, en redes sociales y ahora en Latinus. Difiero del tipo de comunicación que él está haciendo porque me parece que en algún momento cruzó el límite de periodista para convertirse en activista político. Y justo por lo mismo, me parece que hay una diferencia sustancial entre criticar el abuso del soberano en contra de un crítico; e identificarse con lo que sostiene este crítico.
Como decían los clásicos: un periodismo que solo ve cosas “buenas” en el gobierno no es periodismo, sino propaganda; pero solo inventariar lo negativo y olvidarse del resto de la información no equivale a hacer periodismo, sino política partisana. El periodista es un curador de la realidad con toda su complejidad. Abordar solo aquello que daña a un proyecto político con el que no se coincide, aumentarlo, sacarlo de contexto, añadirle adjetivos y una fuerte dosis de histrionismo constituye un discurso político. Hay parodias de Loret con Brozo en un falso Palacio Nacional que pueden ser buenas piezas de teatro político de carpa en la era digital, pero hacerlas provocan un costo en la credibilidad profesional. Palillo hacía crítica política y hacía comedia, nunca pretendió ser periodista. Tampoco juzgo a Loret, las decisiones tomadas y el derrotero asumido responderán a sus intereses y a las causas que sostiene; supongo que él considera que más importante que hacer periodismo es denunciar a un gobierno que asume dañino para el país en el que él cree.
El problema es que vivimos en una comunidad dividida. Si el periodismo profesional, aquel que es útil a la vida pública, supone dar cuenta de la realidad, hacerlo desde el exclusivo punto de vista de una de las partes equivale a tomar partido. Esto no significa que exista la objetividad absoluta, ni que carezcamos de convicciones políticas o de preferencias como cualquier otro ciudadano; pero en tanto que nos ostentemos como periodistas, tendríamos que hacer el esfuerzo de responder a los códigos de este oficio: dar cuenta de las distintas versiones, poner la información en contexto, verificar, informar y no adjetivar. Que 60 por ciento de la sociedad apoye al Presidente significa que hay otras razones y visiones del mundo de las que informar, incluso si no coinciden con las propias. Creer que ese 60 por ciento piensa así porque está engañado o desinformado, equivale a negar la perspectiva de los otros, los que no forman parte de “Todos somos Loret”, como si no vivieran también su realidad. Una realidad que se forma por el conjunto de millones de personas que transcurren sus vidas en este mismo espacio geográfico, con sueños, ilusiones, frustraciones, alegrías y tristezas no menos válidos que los nuestros. La gente no es ciega ni vive engañada frente a su propia realidad, simplemente es distinta o su mirada es diferente.
La manera en que el Presidente utilizó el espacio público, usó la información y dejó expuesto a un crítico de su gobierno me parece reprobable, por decir lo menos. Este fin de semana publiqué en otro medio un largo artículo sobre el despropósito jurídico, político, ético y mediático que significa la exhibición de los supuestos ingresos de Loret. Podría no siempre estar de acuerdo con el contenido y el tono de sus reportajes, pero no hay manera de justificar el proceder de AMLO frente al comunicador. Y más preocupante me parece el hecho de que este incidente se suma a otros que muestran un divorcio creciente entre las convicciones e ideales que ha sostenido el Presidente y una praxis diaria que se subordina a fobias y filias expresadas sin filtros. Por más que coincida con muchos de los ideales de justicia social que lo llevaron a Palacio, me resultan contraproducentes la fascinación de AMLO por el Ejército, su desdén convertido en animadversión hacia otras causas justas que no son la suya (feminismo, derechos humanos, ambientalismo, derecho a la crítica), la creencia de que sus gustos e idiosincrasias personales y el movimiento que representa la esperanza de tantos, son la misma cosa.
Loret creyó más conveniente aparcar el periodismo para hacer parodia política y activismo partisano. Pero, al contemplar el espectáculo de algunas mañaneras, me pregunto si AMLO no ha comenzado a hacer algo equivalente: dejar de lado al jefe de Estado que pretendía ser para convertirse en animador de una carpa política para los suyos, en pregonero de sus viejos resentimientos y sus nuevos agravios, en paciente de un diván público usado para dar salida a sus pulsiones personales. Y, en el proceso de hacerlo, está lastimando las atendibles convicciones que lo trajeron al poder o los sueños de convertirse en el presidente que uniría a los mexicanos en la construcción de un mejor país para todos.
Lo dicho, frente a esto no cabe sino rehuir los hashtags todos somos Loret y todos somos Obrador y los que vengan en camino, y comenzar a pensar otra vida pública en la que quepan incluso los que no piensan igual que nosotros.
@jorgezepedap