Mauricio Merino
Quienes elegimos la profesión académica debemos sortear cuestas muy escarpadas durante décadas para sobrevivir como profesores e investigadores, mientras vamos siendo evaluados por comités de toda índole que juzgan cien veces la calidad de nuestros trabajos. Escribir libros es prácticamente imposible sin robarle sueño a las noches, lograr que se vendan es una hazaña y llegar al nivel III del Sistema Nacional de Investigadores (el SNI) es el desafío de una vida completa.
Pero los poderosos tienen atajos. El doctor Alejandro Gertz Manero, por ejemplo, llegó directamente al rango más alto del SNI gracias a la formación de una comisión especial, creada exprofeso por Conacyt para revisar su expediente. Que yo sepa, ninguno de los investigadores nacionales activos tuvo el privilegio de pasar por encima del largo proceso de evaluación que todos debemos seguir y ninguno había sorteado la negativa reiterada de las comisiones evaluadoras y revisoras que estudiaron su caso, mediante un procedimiento ad hominem: solo para él. Cuando eso ocurrió, el doctor Gertz Manero ya era el Fiscal General de la República.
Quienes evaluaron laudatoriamente sus libros y consideraron que merecía el rango más alto, omitieron verificar si no tenían partes plagiadas. Eso se supo después, gracias a la revisión informal —e indudablemente valiente— que hizo Guillermo Sheridan. Esos plagios dieron lugar a una denuncia ante Conacyt que, hasta ese momento, había cerrado los ojos ante la evidencia palmaria. De todos modos no pasó nada: hace unos días supimos que la comisión de honor de esa institución y el consejo general del sistema de investigadores al que hoy pertenece el doctor Gertz, desestimaron el caso porque los autores de los libros copiados habían muerto. Así que el Fiscal General seguirá ostentando el nivel III del SNI gracias a sus libros premiados. De paso, ese segundo autor (por llamarlo de alguna manera) se ha llamado a agravio por lo que considera una extorsión mediática criminal.
Al señor presidente de la República también le gusta escribir libros: ha publicado 18 durante su larga trayectoria política y, a diferencia del doctor Gertz, no ha cometido ningún plagio. El más reciente, sin embargo, se ha convertido en un bestseller. El miércoles pasado, el autor de A mitad del camino presumió, en una de sus conferencias matutinas, que ese título se ha convertido en uno de los más exitosos de la editorial que lo publicó y que, por ese motivo, obtendría regalías cercanas a los 3 millones de pesos, equivalentes al 12 por ciento de las ventas totales. Aclaró que recibió el anticipo en especie —pagado con 15 mil ejemplares— y que la obra habría vendido cerca de 200 mil ejemplares.
La aritmética simple de esos datos ofrecidos por el señor presidente nos dice que editorial Planeta habría obtenido, solo por ese libro, ganancias por cerca de 25 millones de pesos, cuyo contenido “es un testimonio de lo alcanzado hasta ahora, de los desafíos pendientes y de cómo imagino que estará el país en 2024”; es decir, se trata de un libro escrito desde la investidura presidencial que, además, utiliza información a la que sólo ha tenido acceso el titular del Ejecutivo y que ha sido publicitado y promovido profusamente desde las conferencias de prensa que se hacen en el Palacio Nacional. No tengo duda de que el autor utilizará sus regalías para buenos propósitos. Pero me pregunto si la editorial —con matriz española, por cierto— y las librerías que lo venden harán lo mismo con sus ganancias.
Supongo que en otras circunstancias —o en otros países— ambos casos serían motivo de escándalo: libros plagiados e informes de gobierno convertidos en negocios privados promovidos desde el poder. Pero aquí no. Aquí solo producen dos muecas.
Investigador de la Universidad de Guadalajara