Por Edgar Hernández*
En mi largo andar por el periodismo –ya 52 años- jamás observé que en “tiempos de paz” se ejerciera tanta violencia, tanta saña, tanto coraje ni tal escalada mortal contra los comunicadores.
No fue fácil en Guatemala lidiar con los sanguinarios Kaibiles. El “Escuadrón de la Muerte” sí que era de temer en Nicaragua cada que aparecías en sus listas.
A las “Guardias Blancas” de Honduras, había que correrle. Los “Montoneros” de Argentina, temibles. Las Guardias pretorianas de Paraguay siempre con esa fama de sanguinarios y el M-19 de Colombia sembrando el terror de manera permanente.
Viví la muerte del corresponsal de Guerra de “ABC. News”, Bill Stewart, a manos de un soldado mariguano que le pegó un tiro en la nuca provocando la repercusión internacional la caída del régimen del dictador Anastasio Somoza.
Tatuada en mi mente queda la imagen del camarógrafo argentino Leonardo Henrichsen Ferrari, al filmar su muerte en Santiago de Chile en 1973 cuando un soldado le disparó mientras reportaba la sublevación militar conocida como el “Tanquetazo”.
Inolvidable el asesinato de mi amigo y compañero de cuarto en mis viajes a Centroamérica, Nacho Rodríguez Terrazas, reportero de Radiorama de Chihuahua, a manos de un francotirador apostado en la azotea de un vecindario en el centro de San Salvador.
Y los terroristas de “Septiembre Negro” en Frankfurt, en Alemania, y qué decir de la oscura guardia de Leg Walesa en Varsovia o los radicales de ETA en Barcelona.
Son muchos los recuerdos de la violencia contra los periodistas jamás comparable, sin embargo, con los vividos en México con el gobierno de López Obrador, donde la prensa es masacrada ante el desdén de la autoridad empeñada en exterminar la crítica, denuncia y disidencia.
No hay calificativo que defina esta escalada criminal que ha cobrado el gobierno de López Obrador la vida de 39 periodistas y en lo que va del año, 11 muertes, uno cada 14 días.
¿Quién sigue?
Ahí, tendidos en el piso quedan en espera de justicia los periodistas asesinados en este 2022.
José Luis Gamboa, veracruzano, Margarito Martínez (Tijuana), María de Lourdes Maldonado (Tijuana) quien fue a la “Mañanera” de decirle a AMLO que temía por su vida y no le hizo caso.
Ahí masacrados y publicados en notas nacionales e internacionales de primera plana, Roberto Toledo (Michoacán); Heber López (Salina Cruz); Jorge Camarena (Sonora); Juan Carlos Muñiz (Zacatecas); Armando Linares (Michoacán), y Luis Enrique Ramírez, cuyo cuerpo fue hallado, el pasado 5 de mayo, envuelto en un hule al sur de Culiacán.
Anteayer cayeron Yesenia Mollinedo, editora de “Veraz” y su camarógrafa Yohana Oliveira, en Cosoleacaque. Fueron ultimadas al salir de una tienda de conveniencia recibiendo tiros mortales en el rostro.
Esa es nuestra historia de cada día en donde nosotros ponemos los muertos.
Durante el gobierno de López Obrador ya van 38 periodistas asesinados de los cuales el 90% están en la impunidad.
México está colocado en la segunda posición más peligrosa en el mundo para ejercer el periodismo, solo por debajo de Ucrania, que está en guerra (Human Rights Watch).
¿Quién sigue?
Vivimos son tiempos difíciles, de temor, de angustia familiar mientras el presidente López Obrador se desmarca diciendo que no son crímenes de Estado.
Lo son, pero de odio.
Y es que, ¿Cuál es el actuar de una sociedad en donde la máxima autoridad política del país nos dice en sus Mañaneras que los periodistas somos chayoteros, mercachifes y rateros?
La polarización por él gestada nos ha llevado a esta escalada de violencia y muerte, a la suma de asesinatos a periodistas replicados en todo el país, a una incontenible ola de agresiones y venganzas ocultas.
Y cómo no habría de ser así, si nos ha llenado de calificativos creando un espectro de odio y muerte.
Esa cantidad de epítetos que nos has endilgado a lo largo de los tres años y medio de tu eterna gestión, han brincado más allá de la ofensa hasta convertirse en masacres.
Nos ha llamado achichincles, alcahuetes, aprendices de carterista, arrogantes, calumniadores, momias, camajanes, canallines, chachalacas, chayoteros, cínicos, cómplices y conservadores.
Para el presidente y su gobierno no somos más que corruptos, deshonestos, desvergonzados, espurios, farsantes, fichitas, fifís, fracasados, fresas, gacetilleros, vendidos, hablantines, hampones, hipócritas, huachicoleros e ingratos.
En su tartamudeante verbo quienes nos dedicamos a tan noble profesión, sobre todo quienes ejercemos la crítica y libertad de expresión, no somos más que unos intolerantes, ladrones y lambiscones.
Se regodea cuando habla de los comunicadores como machuchones, mafiosos, mafiosillos, maiceados, majaderos, malandrines, malandro, maleante, malhechor, mañoso, mapachada de angora y matraqueros.
Sus calificativos no son la más fiel expresión de que nuestra vida está en peligro al calificarnos de megacorruptos.
¿Quién sigue?
Al no podernos silenciar más que con la metralla, nos acusa de ser una minoría rapaz, mirona profesional, monarcas de moronga azul, mugre, ñoños, obnubilados, oportunistas, paleros, pandilla de rufianes, parte del bandidaje, payasos de las cachetadas, peleles, pequeños faraones acomplejados, perversos, pillos, piltrafas morales, pirrurris, politiqueros demagogos, ponzoñosos, pregoneros y prensa vendida.
A 40 meses de un gobierno en entredicho, los periodistas no somos más que rateros, reaccionarios de abolengo, represores, reverendos ladrones, riquines, periodistas de risa postiza, salinistas, señoritingos, de sepulcro blanqueado, simuladores, siniestros, tapaderas, tecnócratas neoporfiristas, títeres, traficantes de influencias, traidorzuelos, vulgares y zopilotes.
En efecto, señor presidente, usted no asesinas a los periodistas, solo abona el camino de la muerte de la mano de la impunidad.
Que le haga provecho a usted y a sus lacayos como Cuitláhuac García, señor Presidente.
Tiempo al tiempo.
*Premio Nacional de Periodismo