No es posible mostrarse indiferente ante la desaparición física para siempre del expresidente Luis Echeverría (1970-1976), cuya figura política le acopió filias y fobias irreconciliables, las más alejadas del raciocinio histórico y con elevado protagonismo del “según va en la feria”, pero, como sea, a Luis Echeverría Álvarez se le quiso y se le odió con equivalentes dosis de pasión. Aunque en realidad ya estaba fuera del radar público y ciudadano el ahora occiso llenó en vida un grueso expediente de casos que por su trascendencia pudieran ser catalogados como “históricos”. Luis Echeverría estuvo en el ojo del huracán político durante los álgidos meses del movimiento estudiantil de 1988 y su dramático epilogo, pues no obstante la recia personalidad de Díaz Ordaz y a que éste asumió con singular aplomo la culpa de cuanto aconteció en ese triste episodio nacional, desempeñaba el cargo de Secretario de Gobernación, o sea, el operador político del gobierno que reprimió con saldo sangriento el 2 de octubre de 1988 en Tlatelolco. En el Estadio Universitario en 2021, se pudo advertir a un hombre de edad avanzada, de ya esquelética figura, sentado en silla de ruedas y ataviado con un sombrero de ala ancha, era el expresidente esperando “democráticamente” su turno para ser vacunado contra el covid-19, de entre los allí presentes acaso nadie evocaría la recia constitución física que adornó a ese otrora todopoderoso personaje, a quien la clase política nacional de su tiempo rindió pleitesía y se sometió a sus dictados; mucho menos guardaría memoria de las reuniones de largo metraje que presidía frente a adormilados colaboradores, asombrados por la resistencia física del presidente, y qué decir de las interminables giras por el país y el mundo, de quien se decía sufría el síndrome de la bicicleta porque si se detenía se caía, por eso y más era concebido como un auténtico semidiós. Tampoco pudieron imaginar el temor que en su tiempo despertaba entre los gobernadores una reacción de probable enojo presidencial por quejas de jóvenes que se sentían agraviados por no ser prontamente atendidos en las antesalas estatales cuando en Los Pinos tenían las puertas abiertas. Carlos Armando Biebrich, gobernador sonorense, uno de los jóvenes surgidos al amparo de su protección, sufrió la inclemencia del frio presidencial cuando con su gélido soplo lo defenestró del cargo. Y en esta aldea veracruzana con vista al Golfo de México se vivieron episodios que de alguna manera cambiaron el destino político de la entidad: el llamado “Arriolazo” y el “Carbonelazo”, el primero, acontecido cuando Echeverría aún no asumía la presidencia de la república, pero acaso tuvo opinión sobre el asunto, y el segundo durante el cuarto año de su mandato, en 1974. Aunque en realidad lo del “Arriolazo” pudiera inscribirse en el expediente del presidente Díaz Ordaz (a quien en cuestiones de carácter “duro” se le cocinaba aparte), el “enfriamiento” del profesor Rafael Arreola Molina fue a causa de haber declarado que la federación era un pulpo que se llevaba todos los beneficios del petróleo, tal audacia le impidió acceder al senado de la republica porque en el Colegio Electoral su caso fue “congelado” quedando Veracruz con un solo senador (eran dos por cada entidad), Samuel Terrazas Zozaya, que por cierto no era veracruzano sino de origen Michoacano. Respecto del Carbonelazo, ya solo alienta vida uno de los protagonistas de la esfera federal, Augusto Gómez Villanueva, en aquella época Secretario de la Reforma Agraria y poderoso líder del Pacto de Ocampo que sembraba el terror entre los gobernadores. Gómez Villanueva pudiera dar señales fehacientes del porqué el presidente Echeverría dio marcha atrás después de haberle asegurado al gobernador Murillo Vidal que Carbonel sería un buen candidato a sucederlo en el gobierno de Veracruz. Echeverría ya no lo aclaró, porque en el incesante devenir de la existencia humana, para morir el único requisito es estar vivo. Respecto al veredicto sobre el gobierno de índole populista encabezado por Echeverría, que cuando culminó su periodo entregó el país sumergido en un duro conflicto empresarios-gobierno, y en una severa espiral inflacionaria, nos atenemos a la frase acuñada por el zorruno político de Chihuahua, don Manuel Bernardo Aguirre, fue: “ni bueno ni malo, sino todo lo contrario”.