Huey Tlatoani fue término Nahualt para designar al Gran Gobernante de los pueblos mexicas, el respeto hacia su autoridad rayaba en veneración, quizás por analogía en tiempos modernos en la tertulia política se utilizaba para identificar la obediencia incondicional al presidente de la república, a quien vox populi y la clase política colocaba en un nicho para adorarlo quemándole incienso con los más caros atributos, tal fue porque en el presidente se concentraba todo el poder político en el país, muy al margen de la teórica división de poderes, porque el Judicial y sobre todo el Legislativo han abdicado de sus atribuciones a favor del Ejecutivo. Gran poder el del presidente, cuya figura no se tocaba ni con el pétalo de una rosa, por lo mismo nadie pretendía tanta osadía. “Si el Águila hablara”, es el significativo título de un libro de la autoría del ex gobernador veracruzano Miguel Alemán Velasco, ser hijo de un expresidente lo califica para incursionar en los secretos de la cosmogonía política nacional de su tiempo, porque tuvo la oportunidad de conocer al hombre (su padre), quien fue ungido como presidente, y como tal casi un semidiós. Efectivamente, si el Águila que adorna el respaldo de la silla presidencial transmitiera los secretos del centro del poder ¿qué no diría? El primer mandatario, paradójicamente siendo el primer ciudadano a la orden del pueblo, era considerado un semidiós, intocable, omnipotente y omnipresente. Pero ese ciclo de nuestro sistema político comenzó a hacer agua a partir de la sesión solemne del Congreso de la Unión celebrada el 1 de septiembre de 1988, cuando el senador Porfirio Muñoz Ledo levantándose de su curul, visiblemente nervioso, se atrevió a interpelar al presidente de la Madrid, provocando un gran escándalo de los legisladores priistas que atónitos por aquella “insolente” audacia gritaban en linchamiento contra Muñoz Ledo, fue un hito que la historiografía nacional tiene debidamente registrado. (Decía el presidente Carranza que “en política la primera concesión es la que cuenta”, porque a ella sigue un caudal de las mismas), tenía razón porque después ya nada fue igual, signos de aquellos tiempos cuando en destacado protagonismo Muñoz Ledo, siendo diputado en 1997, al contestar el tercer informe de Ernesto Zedillo, le recordó la frase: “Señor presidente, recuerde usted que nosotros juntos, somos más que vos”. Así comenzó a ser el trato de senadores y diputados a la figura presidencial, con esa conducta dio inicio la desacralización de la otrora intocable imágen, y el día del presidente que señaladamente era el primero de septiembre, día de su informe, comenzó a derrumbarse junto al boato y la solemnidad que lo acompañaba. El presidente Vicente Fox solo llegó hasta el vestíbulo del Congreso a presentar su informe y de inmediato se retiró, Felipe Calderón rindió protesta de Ley entrando por la puerta de atrás. Visto en perspectiva así fue el proceso del estrepitoso derrumbe de un rito de gobierno que muy pocos recuerdan que existió y para las nuevas generaciones parecerá mitológico o de utopía. Lo contemporáneo lo conforman otras circunstancias, otros los métodos: a Peña Nieto presidente de pentonto no lo bajaron, y ahora al presidente López Obrador lo catalogan de mentiroso sin miramiento alguno, y en un libro basado en su borrascosa biografía la narrativa describe su presunta metodología para allegarse recursos monetarios e implementar su lucha anti sistémica. Finalmente, en el entorno de hoy ya no tenemos un semidiós en la presidencia, matices de por medio solo un político de carne y hueso, con las virtudes y defectos consustanciales a la condición humana. Simplemente un animal político.