En cuanto a experiencia respecto al acontecer electoral de nuestro país no podemos quejarnos, ya son varios los episodios de ese tipo que meridianamente ilustran el proceso de nuestra evolución política. Es justamente a partir del primer gobierno priista encabezado por el presidente Miguel Aleman Valdés cuando se expide la Ley Electoral de 1951 y se crea la Comisión Federal Electoral con el propósito de preparar, desarrollar y vigilar los procesos electorales, sin duda fue un buen paso en busca de democratizar al país, aunque representaba un plan con maña pues la composición de la CFE propició un muy parcial manejo de los procesos electorales. El crecimiento económico del país auspició una extraordinaria movilidad social reflejada en la acentuada emigración del campo a las grandes ciudades, causando fuerte impacto en el ámbito político, y por la fuerte movilización de la clase trabajadora el gobierno optó por abrir la válvula de presión reformando la Ley Electoral en 1963 para dar lugar a los conocidos como “diputados de Partido”, en las elecciones del 5 de julio de 1964. Solo así, el PAN, partido genuinamente de oposición, tuvo mayor acceso al Poder Legislativo Federal pues obtuvo veinte diputados de partido; el PPS, nueve y el PARM cinco, en aquel entonces el papel de ambos partidos, con variantes propias de las circunstancias, era semejante al del Verde Ecologista y el PT de la actualidad. Más adelante vino la gran reforma electoral de 1977 sustanciada en la Ley de Organizaciones Políticas y Procesos Electorales dando lugar al Principio de Mayoría Relativa y al de Representación Proporcional, cuyos efectos trascendieron con fuerte impacto en la elección de 1988, considerada el parteaguas del México democrático porque las reformas subsecuentes efectuadas durante la década finisecular dieron lugar a un México con mayor raigambre democrática. Pero fue “el efecto” Cárdenas el factor coadyuvante para movilizar al “pueblo político”, es decir, a la ciudadanía concientizada de la idea de promover el cambio político por la vía electoral, obviamente, las crisis económicas fueron factor de medular importancia en 1988. Casi diez años después sobrevino “el efecto Fox”, que logró sacar al PRI de Los Pinos; y en 2018, “el efecto” López Obrador llevó a la izquierda mexicana al poder presidencial. En su colaboración de ayer para Excélsior, Leo Zuckermann cita al politólogo Richard Rose: “Lo que se necesita para llegar a ser Presidente es muy diferente de lo que se necesita para ser Presidente”, alude a la sustantiva diferencia entre ser un buen candidato presidencial y ser un buen presidente; buenos candidatos, dice, pero ni Fox, ni Peña ni López Obrador han hecho un buen papel en la presidencia. Ese es un razonamiento nada despreciable, porque podría orientar al ciudadano promedio a discernir sobre cómo, porqué y por quién votar. Empero, para estar en condiciones de sufragar acertadamente se requiere de una ciudadanía participativa y bien informada sobre el acontecer político ¿ya hemos alcanzado en México ese estatus? Por lo visto, no.