Andrés Manuel López Obrador se está haciendo un flaco favor al apoyar la extensión por dos años más del periodo como presidente de la Corte de Arturo Zaldívar. Un manotazo del Poder Legislativo para darle al Poder Ejecutivo mayor influencia sobre el Poder Judicial. A mi juicio, el supuesto beneficio, contar con un ambiente favorable en el Poder Judicial para asegurar los cambios constitucionales que la 4T se propone, no compensa el espectáculo que significa violentar el espíritu de la Constitución que se supone se desea modificar. ¿Para qué mejorar un cuerpo de leyes si para hacerlo se está pasando el mensaje de que se le puede violar?
Por lo demás, la factura política a pagar, que me parece considerable, es aún menor que el daño a la imagen de rectitud y moralidad que López Obrador ha cultivado y sus muchas prédicas para exigir un cambio de valores en la vida pública. La chicaneada que Morena se propone para extender el periodo de Zaldívar contradice frontalmente el discurso contra la tranza y el agandalle que tanto ha propalado. Se trata, por desgracia, de un típico caso en el que la búsqueda de determinados fines (leyes e instituciones con mayor sentido social) lleva a recurrir a medios cuestionables que traicionan tales fines. Me parece que el mayor activo político del obradorismo, además de su mirada solidaria hacia los pobres, es su obsesión de construir una vida pública más ética. Con esta tarascada inmoral me parece que se está dando un disparo al pie. Sobre este tema escribí largo este fin de semana (Sinembargo.mx). Quisiera ahora hacer una breve reflexión de lo que podría seguir y en particular tres temas que bien podrían dar lugar a una trilogía plagada de suspensos.
Primer episodio, Pablo Gómez o la resistencia interna. Entre viernes y sábado pasado se escucharon algunas voces dentro del obradorismo y territorios afines que cuestionaron tan polémica iniciativa. Porfirio Muñoz Ledo afirmó que no solo es anticonstitucional, sino también que es un peligroso precedente pues roza con el tema de la reelección. Lorena Villavicencio tuiteó categóricamente su oposición: “Nuestra primera responsabilidad como legisladores es hacer valer la Constitución. El artículo 97 establece un periodo de cuatro años, es improrrogable y punto”. Horas antes, Pablo Gómez lo había señalado prácticamente en los mismos términos: “Este artículo transitorio para prolongar por dos años adicionales la presidencia del ministro Zaldívar en la Suprema Corte no podría transitar, ni aun cuando fuera aprobado y promulgado. Mejor decirlo ahora”. Los que así se expresaron son tres destacados diputados de Morena, pertenecientes a corrientes que sin ser estrictamente obradoristas han sido aliados políticos desde hace mucho tiempo. Tal parece que no desean acompañar al líder en esta dudosa aventura. La iniciativa del Senado debe pasar necesariamente por la Cámara de Diputados y es previsible que estas voces levanten una resistencia interna (además de la que proceda de la oposición, obviamente). La pregunta es si eso alcanzará para algo. Por lo pronto el encontronazo ya comenzó: horas después del tuit de Gómez, la oficina de prensa de Morena respondió que se trataba tan solo de la opinión personal de un diputado, no la del partido. Ciertamente, pero Pablo Gómez no es cualquier diputado; es el actual vicecoordinador de Morena en la Cámara de Diputados. Para emparejar el marcador (en realidad para ganar por goleada), López Obrador reiteró este lunes su apoyo a la decisión de los senadores, en un claro llamado a sus diputados a cerrar filas en torno a su consigna. Salvo alguna contingencia que lleve a Palacio a reconsiderar, hay pocas dudas del desenlace de este primer capítulo. Con todo, no carece de suspenso, pues las escaramuzas que habrán de presentarse en la Cámara ofrecerán un interesante atisbo a las resistencias al obradorismo, que anidan dentro del propio movimiento de parte de aliados que se resisten a la subordinación incondicional.
Segundo episodio, Zaldívar y su conciencia. Se trataría de un capítulo más bien introspectivo, lleno de acercamientos de cámara al rostro envarado del ministro, largos recorridos pensativos por los pasillos de la Corte y miradas a lontananza por la ventana. Y es que, como bien señalan la mitad de las columnas publicadas estos días, el ministro presidente de la Suprema Corte se ve en un terrible dilema que en última instancia tendrá que resolver él solo: dar gusto al Presidente y a sus propias inclinaciones políticas aceptando la extensión de su mandato, o ser fiel a sus atribuciones como responsable último de la autonomía de la Suprema Corte y rehusar una decisión que compromete a dicha autonomía. Al momento de terminar este texto el jurista no había dicho palabra al respecto, pero es evidente que su anuencia es imprescindible para que esta iniciativa prospere. La alternativa por la que se decida lo convertirán en un héroe para una de las partes y en villano para la otra. La pregunta que todo mundo se hace es qué rol terminará jugando en esta historia.
Tercer episodio, las dudas del Presidente. El desenlace de este drama en realidad tendrá lugar en las elecciones del próximo verano. La controvertida y desaseada decisión tomada por los senadores, y el escándalo consiguiente, dejan de lado lo que en verdad revela: las dudas que tiene López Obrador sobre las elecciones que vienen. El ministro terminaba su mandato en diciembre del próximo año, pero se mantendría como miembro del pleno y para entonces el gobierno de la 4T presumiblemente tendría una composición favorable en la Corte. Hasta ahora el gobierno de AMLO ha propuesto a tres de los actuales ministros, y este año, cuando termine el periodo de José Fernando Franco, hará una cuarta propuesta. Esto significa, considerando a Zaldívar, que cinco de los 11 votos de la Corte en teoría serían “sensibles” a las posiciones de la 4T, por ponerlo en esos términos. Pero de los seis restantes hay al menos un par que se han mostrado “accesibles” en coyunturas importantes, también para decirlo de alguna manera. En ese sentido habría que preguntarse si era necesario recurrir a esta sucia argucia para conseguir el balance que el presidente busca. Si Morena reitera su dominio sobre la composición de la Cámara de Diputados este verano, todo este desaguisado era innecesario. Pero si no lo consigue y pierde el control de la Cámara, la designación del nuevo ministro podría ser contrario a los intereses del partido en el poder. Cabría entonces la pregunta: ¿tiene Palacio otros datos que le hacen temer el resultado de los comicios? Algunos obradoristas dirán que lo que está en riesgo justificaba esa “travesura”; pero habría que decirles que se trata de algo mucho más grave que una travesura: un error político y, sobre todo, una traición ética a los valores que, frente a la corrupción priista y panista, constituyen el verdadero capital político de un movimiento que busca una sociedad más justa y honesta.
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