martes, noviembre 5, 2024

Una cumbia colombiana para la Alianza por México

Más allá de que el triunfo de Gustavo Petro en Colombia confirma que América Latina se está pintando de rojo, o rosado si se prefiere, con gobiernos progresistas o de “dimensión social”, como ha señalado Andrés Manuel López Obrador, hay otro dato que merece la mayor de las atenciones.

La batalla final no estuvo centrada en una confrontación entre el candidato alternativo o del cambio y el candidato del sistema vigente, como cabría esperar. La disputa se dio en realidad entre dos propuestas antisistema, la de Gustavo Petro, de tendencia izquierdista, y la de Rodolfo Hernández, un empresario millonario e influencer en redes sociales, quien había llegado a la alcaldía de Bucaramanga encabezando el “Movimiento Cívico Lógica Ética y Estética”, lo cual dice mucho sobre su vaguedad ideológica, aunque claramente crítico de los políticos tradicionales. En el camino había quedado Federico Gutiérrez, el candidato de centro derecha y extrema derecha, propuesto por las corrientes hegemónicas de los últimos años. Gutiérrez, la opción del sistema, apenas consiguió el 24 por ciento de un electorado claramente inconforme con la situación actual.

Y diría que el caso de Colombia es significativo porque da cuenta de manera particularmente nítida de un fenómeno que tiene profundas implicaciones incluso para nuestro futuro político inmediato: los sectores populares se han desencantado del modelo propuesto por las élites modernizantes que han gobernado nuestros países en los últimos lustros. Un modelo centrado en la fórmula mágica de la globalización, las fuerzas del mercado, la construcción de la democracia formal, la preeminencia del poder económico sobre el político, el énfasis en el crecimiento y no en la distribución social.

En abono a esta fórmula habría que decir que, en efecto, modernizó instituciones y produjo altas tasas de crecimiento en sectores punta y aquellos vinculados a la exportación y los servicios y propició la bonanza entre sectores altos y medios superiores. Más aún, habría que reconocer que esta ola de triunfos de la oposición se ha conseguido de manera pacífica, lo cual en sí mismo habla de la eficacia de las instituciones electorales y políticas construidas por estos gobiernos, hoy en la picota. Y eso no es poca cosa en un continente caracterizado por el uso de la violencia como vía para la resolución de las disputas políticas.

Pero para su desgracia, y la de la mitad o más de la población, los beneficios no alcanzaron a los pisos inferiores del edificio social. El tema no es exclusivo de América Latina, el desencanto por los excesos o las exclusiones que deja la globalidad recorre al planeta. Pero en nuestro caso tiene particularidades. En Inglaterra, Estados Unidos o Hungría dio lugar a salidas asociadas con la derecha, al vincularse a grupos populares entre los que predominaba la sensación de haber perdido algo o mucho. En nuestro continente, en cambio, se expresa en movimientos políticos reivindicativos que hablan en nombre de todos aquellos que en realidad nunca fueron incorporados por la modernidad. En el primer mundo e incluso en los países de Europa del Este se trata de lo que obreros, agricultores y empleados perdieron con la globalización. En nuestros países es diferente; remite a la inmensa población que nunca se sintió incorporada y ahora se muestra desilusionada por las promesas incumplidas.

Lo anterior tiene efectos electorales que, me parece, la oposición no ha asumido cabalmente. Enrique de la Madrid, Claudio X. González o Ricardo Anaya pueden estar bien preparados, ser articulados, razonablemente carismáticos e incluso atractivos. Pero lo son para un sector que comparte su visión del mundo y que desea ajustes y mejoras en el orden establecido, no una sacudida de este. Para las grandes mayorías que desean cambios sustanciales, son un mero maquillaje.

El candidato colombiano “del sistema”, Federico Gutiérrez, era sin duda un cuadro fresco, inteligente, preparado y cargado de sentido común para un profesionista o un pequeño empresario de su país. Pero no para un campesino o un vendedor ambulante para quienes los avances en democracia o derechos humanos, en realidad no han mejorado sus oportunidades frente al mercado o ante la ley. Los tribunales siguen siendo lugares donde se favorece a los ricos y la pérdida en el poder adquisitivo de su salario no se tradujo en mayor número de empleos, como prometió el sistema. En Colombia 47 por ciento de las personas trabajan en el sector informal, en México 56 por ciento. Esto significa, grosso modo, que después de 30 años o más de políticas económicas neoliberales, la mitad de la población no tiene una oferta del sistema para ganarse la vida. ¿Por qué no preferirían un candidato antisistema a otro que simplemente promete mejorarlo? “Mejorarlo” es lo que han jurado los que han ganado la presidencia una y otra vez sin que las cosas hayan cambiado.

En otras palabras, el grueso del electorado ya cruzó el límite en el que podría bastar la promesa de una mejoría del sistema vigente. José Antonio Meade sin duda era una mejor versión que Enrique Peña Nieto, pero obtuvo apenas 17 por ciento de los votos. Federico Gutiérrez, el candidato oficialista, era infinitamente mejor prospecto presidencial que el impresentable Rodolfo Hernández, una especie de Trump tropicalizado, que lo derrotó en la primera vuelta. Pero era un candidato antisistema, como también lo era Trump, y eso hizo la diferencia. Como también lo ha hecho en Argentina, Chile, Perú, Honduras, El Salvador, Bolivia, México, ahora Colombia y muy probablemente en Brasil en octubre próximo con Lula. Demasiados casos como para que la llamada “gente bien” en México siga creyendo que su problema reside en un individuo, Andrés Manuel López Obrador, y su capacidad para mantener “engañada” a la población.

Mientras la Alianza por México y, en general, la oposición antiobradorista no sea capaz de asumir la crítica a fondo del sistema construido y desestime la insatisfacción que provoca en amplias mayorías, no estará en condiciones de ofrecer una alternativa genuina a ese México profundo que ahora domina en las urnas. Mientras ofrezca más de lo mismo, aunque sea en mejor envase, está condenada, me parece, a inventariar derrotas y lamentarse del “folclorismo o la falta de preparación” de candidatos que entendieron mejor el momento en que vive el país.

@jorgezepedap

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