Jaime Ríos Otero
Tras la exigencia de diversos organismos religiosos al Gobierno de López Obrador de revisar sus estrategias de seguridad luego del asesinato de dos jesuitas y un guía turístico en la sierra del Estado de Chihuahua, el pasado 20 de junio, el presidente de la República ha empleado un discurso beligerante en que intenta descalificar los señalamientos. Ha llegado al punto de situar como mentiras las aseveraciones de que las iglesias pagan derecho de piso en algunas poblaciones.
Por si lo anterior fuera poco, reiteró el calificativo al publicista Alazraki como «hitleriano» y, ante la protesta de la comunidad judía, fue más lejos, dijo que: «“Eso no quiere decir que toda la comunidad tenga una especie de patente de corso para poder dañar, afectar un movimiento de transformación nada más por sus ideales, pensamientos, su conservadurismo, y repito, su hitlerismo, porque sí, no existe Hitler y qué bueno, y no hay nadie comparable en la actualidad con Mussolini, ni Franco, ni Pinochet ni Stalin, pero ese pensamiento está ahí».
Así el discurso divisionista y agresivo del presidente, que habla de una transformación que es puro cuento de él.