Suele suceder, y ocurre con singular frecuencia, que cuando a un individuo integrante de una sociedad con subcultura política insuficientemente desarrollada, se le otorga oportunidad de ocuparse en el servicio público, de pronto, como por arte de magia le surgen facultades y virtudes poco antes desconocidas, e inicia por sí una metamorfosis en su conducta y apariencia. Es entonces cuando cobra vigencia el apotegma: “dadle poder a un pen…tonto y hasta la forma de caminar le cambia”, cosas de la vida del hombre, cuya naturaleza llega a ser maleable en grado superlativo demostrando un alto rango de plasticidad. La anterior reflexión viene a cuento por el caso de un funcionario público del estado de Punyab, en la India, que bebió agua de río en un intento de demostrar que es apta para consumo humano; esa osadía lo mandó al hospital. El evento fue registrado en video por los medios y público presente, fueron testigos fieles de cuando el funcionario (Bhagwant Mann ) sumergió su vaso en el rio y bebió su agua, lo cual mereció el aplauso de los presentes. Pero, ¿Qué condujo a Mann a cometer esa osadía? ¿Su creencia en que su condición de político encumbrado lo libraba de las virulentas bacterias? O ¿fue un elemental deseo de quedar bien con sus superiores jerárquicos? Está lejos para ir por la respuesta; sin embargo, no es necesario hacer el viaje, porque basta recordar la similitud de ese evento con lo observado en tiempos del gobernador Herrera Beltrán, cuando los secretarios de Salud y de Turismo se sumergieron en una de las muy contaminadas playas de la bahía y quizás hasta un buen buche de agua ingirieron, dizque para demostrar que esas aguas gozaban de cabal salud y eran aptas para el recreo turístico. No supimos las consecuencias de esa osadía, pero aún ahora ambos personajes recordaran no sin pena ese rupestre espectáculo, y si valió la pena el chapuzón en aras de congraciarse con quien habrá visto con sádica satisfacción desde la cumbre del “pinche poder” ese gesto de cortesanía política. Si hay algún paralelo entre lo ocurrido en la India y el cuento jarocho habría que atribuírselo a la condición humana, y también sin duda alguna al subdesarrollo político, de aquí y de acullá.