martes, noviembre 5, 2024

La jornada de oración por la paz

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Hace cinco años, la feligresía católica del país recibió con beneplácito a Franco Coppola designado por el Papa Francisco como su nuncio apostólico en México, en el inexorable transito del tiempo, iniciado el año en curso cerró su ciclo en México y regresó a Roma, no sin antes oficiar una homilía de patéticos tonos: “México tan rico, tan fiel, tan creyente, pero tan azotado por la violencia, por la muerte”, un país rico con “muchísimos recursos materiales y humanos”, pero “con enormes desigualdades sociales y dividido…”, fue esa una visión muy precisa de nuestra realidad y sin duda así expuesta al Papa Francisco. Ahora, el sumo pontífice manda a México a quien ocupará el lugar de Coppola a continuar la labor diplomática, como corresponde a la calidad del Estado Vaticano. Porque, si bien la confrontación Iglesia-Estado provocada por la muerte violenta de dos jesuitas en la tarahumara ya bajó de decibeles, aún quedan rescoldos de una herida a la cual la retórica encendida del poder político echó aceite hirviendo. Esta confrontación de tintes milenarios ha provocado en el contexto de la relación Iglesia-Estado dos interesantes movimientos: por parte del gobierno, el nombramiento de César Yáñez en gobernación con la versátil encomienda de apoyar al titular de esa dependencia y a la vez suavizar el tono de la confrontación en comento, tal como ya es notorio; el nombramiento del nuevo nuncio es el otro movimiento de este ajedrez casuístico. En ese episodio, el episcopado mexicano ha convocado a una jornada de oraciones por la paz a iniciarse mañana domingo, incluye la recomendación de colocar en las iglesias del país las fotografías de los sacerdotes ultimados por la violencia, entre ellos los correspondientes al actual periodo de gobierno, un mensaje para su muy especial lectura porque en tiempos de calor preelectoral significan voluntades electorales. Las actuales circunstancias no están acomodadas para sugerir buenos augurios al país, por lo que un entorno de ríspidos enfrentamientos de índole política introduce riesgos inconvenientes de profundizar la división provocada por polarización que enfrenta a los “buenos” contra los “malos”, aunque en realidad en ese desconcertado contexto nadie sabe en cuál de los bandos milita porque cada quien se categoriza según su gusto. Es todo un sinfónico desconcierto.  Y encima de todo eso enfrentamos una inflación galopante, la violencia sin control, la extorsión en todo su esplendor y convertimos en “políticos” a quienes su lúdica ambición los conduce a convertirse en rehenes de su avaricia.  Así visto nuestro entorno, sin lugar a dudas configura un escenario que invita a orar por la paz.

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