miércoles, mayo 8, 2024

El asesinato de Paco Stanley

El fin de semana pasado me eché los cinco capítulos de la serie El show, crónica de un asesinato. Toca recomendarlo y felicitar a Diego Enrique Osorno y N+ Docs por su producción. Lo hago por muchas razones.

Primero, el tema central, es decir, el asesinato de Paco Stanley. Un caso que, desde el primer minuto, levantó ámpula en la sociedad mexicana. Ocurrido el 7 de junio de 1999, representó un momento icónico de la crisis de inseguridad que estaba ocurriendo en la Ciudad de México. He aquí el homicidio de una de las personalidades más populares de la televisión mexicana en pleno Periférico a mediodía.

Stanley salía de desayunar del restaurante Charco de las Ranas, en San Jerónimo. Estaba esperando en su camioneta a su amigo, el que la hacía de patiño en sus programas televisivos, Mario Bezares, quien se encontraba en el baño del restaurante, cuando los asesinos balacearon su vehículo con una ametralladora. Veinte disparos que le quitaron la vida de manera instantánea al presentador, hirieron a otro de sus colaboradores, Jorge Gil, y mataron a otra persona que pasaba por ahí.

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La reconstrucción del asesinato y su posterior investigación es la columna vertebral de esta serie documental. Muy bien lograda, nos regresa a la eterna pregunta: quién y por qué mataron a Paco Stanley. No voy a agregar más sobre este tema. Sólo alertar sobre la reflexión que hace Cuauhtémoc Cárdenas al final del último capítulo de la serie. Lo va a dejar frío, como confiesa que lo dejó al entrevistador, el director Diego Enrique Osorno.

Más allá del escandaloso homicidio, El show, crónica de un asesinato teje otros temas que resultan interesantísimos.

Primero, ese medio comunicativo, la televisión abierta, que ha sobrevivido, pero ha tenido unos cambios enormes en un par de décadas. La serie nos recuerda aquella televisión que nos tocó ver a los mexicanos en el último tercio del siglo XX. La hegemonía de Televisa con sus populares telenovelas y programas conducidos por grandes personalidades: Chabelo, Madaleno, Zabludovsky y el propio Stanley. Nombres que eran conocidos por todos los mexicanos. No pocos les tenían una devoción por ser los figurones del gran poder televisivo.

Gracias a la recuperación de los archivos de Televisa, Osorno nos enseña escenas memorables de los programas de Stanley. Hoy sería imposible pasar eso al aire. El abuso verbal en contra de un niño con sobrepeso, por ejemplo, o el tratamiento de las mujeres como objetos sexuales, las bufonadas de carácter machista o la burla a un asistente al estudio con problemas dermatológicos en su cara caracterizándolo como “el garapiñado”. Todo eso es, hoy, políticamente incorrecto, cuando hace 30 años era la base del entretenimiento cotidiano de los mexicanos.

Ah, cómo ha cambiado la televisión desde entonces. De hecho, la serie también demuestra la llegada de TV Azteca como competencia de Televisa. Son los años de la privatización de la televisora del Ajusco y, en la búsqueda de mayores índices de audiencia, la proliferación de programas escandalosos, de nota roja, que acababan haciendo apología de la violencia citadina. No es gratuito la aparición en la serie de sendas entrevistas a Emilio Azcárraga Jean y Ricardo Salinas Pliego. Y, desde luego, la aparición de El Tigre Azcárraga, el líder de aquella Televisa tan poderosa.

Pero no sólo la televisión está cambiando en México en aquellas épocas del asesinato de Stanley. El país está en plena transición democrática. En la capital gobierna ya la oposición. El PRI se está derrumbando. Las televisoras comienzan a entender que ya no tienen que ser los soldados del tricolor. Hay otro juego. ¿Hasta dónde pueden comenzar a criticar a los poderosos? El homicidio de Paco Pacorro es una buena oportunidad para probar los nuevos límites de una libertad de expresión recién adquirida.

Otro tema, ya recurrente hoy en los medios, es el desastre de la justicia mexicana. La invención de culpables por parte de las autoridades para darle carne fresca a unos insaciables medios que demandan información. Patético el papel del entonces procurador capitalino, Samuel del Villar, en la detención y encarcelamiento de BezaresPaola Durante y El Cholo. Otra vez el retrato de una basura de justicia sin capacidad de investigar, pero sí de engañar. En eso, hay que decirlo, poco ha cambiado México desde entonces.

El show, crónica de un asesinato tiene entrevistas memorables. Yo quisiera destacar la de Benito Castro. Su honestidad, valentía y humor son de aplauso.

Ya no digo más. Sólo recomendarla de nuevo.

               
                Twitter: @leozuckermann

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