En su visita a Yucatán, Claudia Sheinbaum, candidata presidencial de Morena, celebró la incorporación a su causa de un ex panista y de un ex priista, para darle puntual énfasis a ese acto de acrobacia política lo asoció con las defecciones de políticos trapecistas que seis años antes abandonaron sus partidos de origen para adherirse a la candidatura de López Obrador; lo subrayable del comentario de Sheinbaum radica en sembrar la impresión de desbandada en el bando contrario para arrimarse a un proyecto presuntamente ganador, el suyo. En realidad, el fenómeno del trapecismo político no es de nueva generación pues en México floreció durante la última década del siglo XX, al amparo de una intensa movilización de grupos ciudadanos para desarrollar nuestra democracia. En ese entonces muchos priistas inconformes se atrevieron a desertar de esas siglas porque, sintiéndose con apoyo de base popular, no eran candidateados por el PRI a cargos de elección popular, entonces el PRD, y en menor medida el PAN, adoptaron la estrategia de cachar chapulines y de esa manera comenzaron a obtener triunfos significativos ya no solo en municipios importantes sino también en gobiernos estatales. Gracias a esa metodología el PRD logró engrosar la lista de sus triunfos electorales, la relación de políticos migrantes es larga como se comprueba en las gubernaturas de Michoacán, Tlaxcala, Zacatecas, Guerrero, Chiapas, Tabasco, etc. Esa estrategia sigue en uso, así lo comprueban los casos a los que hace referencia Claudia Sheinbaum.
En la Real Politik esos casos son de rutina, nada para sorprenderse porque no pocos políticos han desfilado por diferentes siglas partidistas, Barttlet, Monreal, Muñoz Ledo, figuran entre los más destacados. Ahora, respecto a la recepción de políticos trapecistas no implica ninguna infracción a las reglas de esa actividad porque la historiografía política enseña su indiscutible valía. Basta con remontarnos al proceso electoral de 2006 uno de cuyos episodios sirve como caso paradigmático: en aquella ocasión, la profesora Elba Esther Gordillo, a quien los diputados de su partido habían defenestrado de su posición al frente de la bancada priista en la Cámara de diputados porque le hacía las contras a las directrices de su partido, fue y ofreció su apoyo a Andrés Manuel López Obrador, candidato perredista a la presidencia de la república, el ofrecimiento fue inmediatamente rechazado por el famoso Peje, quien se mostraba intransigente en su decisión de no pactar con grupos de dudosa reputación como se concebía al de la maestra Gordillo. Con frecuencia, erróneamente se afirma que “el hubiera no existe”, sin embargo, de ser así no serviría de auxiliar para explicar situaciones como la del comentario; es decir, si López Obrador hubiera aceptado aquel ofrecimiento ni duda cabe que habría superado en la votación a su oponente del PAN, a juzgar por la apretada diferencia de sufragios entre ambas partes. Por otro lado, al recibir la negativa en el PRD, la profesora Gordillo orientó su ofrecimiento al candidato panista, Felipe Calderón, quien resultó presidente y desde su posición otorgó posiciones administrativas a doña Elba Esther. Ética y política hacen causa común en el deber ser, no así en el campo de la realidad, pues la experiencia de 2006 sirvió a AMLO para que pragmáticamente en 2018 se aceptara en Morena todo tipo de adhesiones y de incorporaciones a su causa, lo cual explica la calurosa bienvenida de Claudia Sheinbaum a los migrantes del PRI y del PAN que buscan refrendar los huesos conseguidos en sus partidos de antaño.